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sábado, 6 de julio de 2024

MI PARADOR EN EL DESIERTO DEL SÁHARA

 

MI PARADOR DEL SÁHARA

También en el desierto del Sáhara existe, desde la colonia española y en pleno funcionamiento, un Parador que responde al modelo hostelero de los Paradores Nacionales españoles. En mis dos estancias en El Aaiún, la capital saharaui, me he alojado en este confortable hotel de amable personal y excelente restaurante. Me gusta ese un bar donde echar unos tragos después de un día sofocante.

Probablemente volveré a quedarme por allí en próximas ocasiones, si bien poco a poco van surgiendo nuevos hoteles en esta ciudad del desierto que crece y crece cada día más.

La historia del Sáhara Occidental es complicada y pesarosa, demasiado como para tratar de resumirla en este texto tan breve, pero sugiero a todo viajero inquieto que conozca los avatares sufridos por este territorio y sobre los que hay abundante historiografía. De la misma manera que propongo alojarse en El Parador si alguna vez sus derroteros le orientan hacia este país de inmensos horizontes arenosos.

Parador de El Aaiún, Avenue Oukba Ibn Nafiaa, Sahiat el Hamra.

 


domingo, 23 de febrero de 2014

Por las arenas del Sáhara Occidental

Recorro este territorio desértico donde la Historia ha dado un vuelco rotundo y su población original, tanto los exiliados como los que se han quedado, no son dueños de su destino como nación. La triste realidad del Sáhara usurpado y su pueblo golpeado. El conflicto continua abierto, pero su resolución es cada día más incierta. Tierra batida por vientos violentos, recubre el paisaje un manto de arena brillante que oculta su drama. 

Ante al Ejército de Liberación Saharaui: último combate del ejército español

Lápida conmemorativa de la batalla de Echdera
Hoy, 13 de enero de 2018, se cumplen 60 años de la batalla de Echdera, la última librada por el ejército español. Ese mismo día, en 1958, se sostuvo un combate sangriento de 12 horas frente al Ejército de Liberación del Sáhara. Fue a una veintena de kilómetros de El-Aaiún, en la vaguada que atraviesa la Saguia el-Hamra (la gran “cuenca roja” que se extiende por la región norte del territorio). La Legión sufrió 48 muertos y 60 heridos, y se desconoce el número de víctimas del adversario. Estos sucesos desencadenaron una enorme operación de bombardeos y despliegue de soldados (unos 15.000 con el apoyo de Francia), que diezmaron a una guerrilla cada vez  más activa al sur del valle del Draa. Desde aquel entonces mucho han cambiado las cosas en el Sáhara. En 1975 España entregó el territorio a Marruecos en un gesto colonial vergonzoso. Uno más. Decenas de miles de saharauis huyeron de la invasión y se refugiaron en la hammada argelina, donde todavía permanecen muchos de ellos. Marruecos se dedicó a ocupar militarmente y demográficamente la zona (el sur fue tomado temporalmente por Mauritania), en una guerra  abierta en la que el brazo armado saharaui -el Frente Polisario*- luchó tenazmente, consiguiendo infringir contundentes derrotas a las Fuerzas Armadas Marroquíes. Hasta que la construcción de un sistema de muros defensivos empezó a dificultar el pulso y decantarlo hacia Marruecos.
 
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* Frente Popular para la Liberación de Sahia el-Hamra y el Río de Oro.

Pero volvamos al presente. En el viaje por estos territorios, hoy en día, los taxis colectivos resultan económicos para el forastero. Voy a pasar cerca de Echdera, pero me detendré en este lugar emblemático solo a la vuelta de Smara, que se encuentra en la misma carretera, ya a mi regreso a El Aaiún. 
 
El trayecto Aaiún-Smara, de 217 km, me sale por 200 dirhams (unos 20€), por lo que me permito contratar los dos puestos delanteros para mí, junto al conductor. De esta manera logro evitar viajar embutido entre pasajeros y, además, me reservo la plaza con mejores condiciones para fotografiar y disfrutar el recorrido. Nadie se molesta por ello, sino que más bien es celebrado porque nos permitirá completar antes los cupos y no demorar en ponernos en marcha. Se trata de esos viejos Mercedes con 40 y hasta 50 años de antigüedad, que se ven renqueantes por los caminos de toda África. 
 
Este sector entre El Aaiún y Echdera es, en su mayor parte, una ruta monótona, muy poco transitada. Solo te sacan del sopor los frecuentes controles policiales, que suelen aparecer cuando uno empieza a cerrar los ojos. El agente, sorprendido por la novedad de un pasaporte extranjero, se demorará más de media hora en su caseta cada vez. Es el tiempo que le lleva ir escribiendo con parsimonia, en un cuaderno, todos de los datos. Una rutina que debería desesperar a los pasajeros locales, porque las barreras de control son continuas. Pero todo el mundo guarda un paciente silencio.

Resulta imposible pretender ir un poco más allá de la ciudad de Smara. Apenas franqueada esta pequeña población, nos topamos con el primero de los muros militares que construyeron los marroquíes tras la invasión. Ahí se acaba toda excursión al Oriente de la Sahia el-Hamra, aunque el territorio todavía se extienda varios centenares de kilómetros al Este, hasta Argelia y Mauritania. Es imposible seguir adelante, está rigurosamente prohíbido, al menos para mí. Solo cabe recalar en Smara, pasear sus rincones y animadas plazoletas al atardecer, y visitar los restos de los acuartelamientos coloniales. En la calle principal localizo una módica pensión en la que descansar.

Al día siguiente vuelvo desde Smara con el objetivo de visitar Echdera. Aparece la gran cuenca roja de la Sahuia el-Hamra, que tenemos que atravesar. Son los escenarios de la última batalla. A mediodía no se ve un alma, y el calor es sofocante pese a encontrarnos en pleno mes de enero.

La zona resulta evocadora, más después de haber estado repasando mis apuntes y mapas. Es un paraje desolado que despliega el paisaje de los amplios horizontes del desierto. Solo algún que otro punto de verdor en esta inmensidad lunática. Un grupo de palmeras forma un pequeño oasis. La población es modesta y parece deshabitada. En cada ladera del valle, se alzan dos monumentos al suceso histórico: uno en memoria de los caídos españoles (en la orilla opuesta) y el otro, por los combatientes del Ejército de Liberación Saharaui. Ambos monolitos bien separados por el cauce de la Sahia. Y a un par de kilómetros, las ruinas del campamento de la Legión, que fue completamente desmantelado con la ocupación marroquí de 1975.

Territorio de Sahiet el-Hamra
Sahara Occidental y los muros de ocupación

El Aaiún, antiguo barrio español

sábado, 22 de febrero de 2014

¡¡El muro, es el muro!!

Ruta por Tiris el Garbía (antiguo Río de Oro), en la región sur del Sáhara Occidental. Recorrido de 1.200 km desde Dakhla a Bir Gandú, con final en Auserd:


Otra vez a otear. Me ajusto los prismáticos y busco la aparición de algún camello en el horizonte. Nos hemos extraviado otra vez. Ya no caigo las veces que hemos perdido el rumbo, a pesar de que se turnan al volante del todo-terreno dos veteranos saharauis. Sigo recorriendo la lejanía en busca de la joroba de algún camélido. 
 
En la inmensidad del Río de Oro, las recomendaciones más útiles son las de los pastores mauritanos que, cada vez que pierdes el rumbo, aparecen providencialmente tras las dunas, al cuidado de sus rebaños. Pueden transcurrir horas, incluso jornadas enteras, sin cruzarte con un solo ser vivo hasta que surgen de la nada camellos y más camellos. Manadas dispersas de decenas de estos desgarbados animales (en realidad se trata de dromedarios), entre los cuales siempre acaba apareciendo el hombre solitario. Son el último resquicio de las legendarias caravanas que atravesaban el desierto Occidental (desde Mali y Mauritania hasta Tindouf y el Valle del Draa) hasta hace menos de 50 años. La construcción del gigantesco muro invasor marroquí cercenó de cuajo una forma de vivir y de moverse libremente. 

Hoy en día, los saharauis que quedaron a este lado oeste de la gran muralla, y a los que se permitió conservar su rebaño, se han convertido en patrones de jóvenes camelleros que vienen de Mauritania todos los años. Ya no son los nómadas altivos que conducían sus caravanas de un extremo a otro del desierto. Aquellos personajes engalanados con amplias derraás azules (túnicas tradicionales), siempre movidas por el viento. Ahora quienes se ocupan del pastoreo son estos jornaleros de ganado, casi desapercibidos, salvo cuando te pierdes en un desierto que ellos conocen como la palma de su mano. Pasan meses con la manada en la soledad más absoluta, vagando de pozo en pozo y de pastizal en pastizal. Pero ya no siguen más el rastro de las nubes detrás de sus lluvias. Tarde o temprano, más al norte o más al sur, la muralla acaba interrumpiendo el nomadeo. 
 
Cuando ven acercarse la nube de polvo de nuestro vehículo, salen de su letargo y se prestan a conversar animadamente con los recién llegados.

―Salam aalicúm
―Alicúm es-salam

Los saludos rituales ―un trenzado de palabras que se repite en cada encuentro―, vienen seguidos de la preparación ceremoniosa del té. En cuclillas y en torno a la lumbre. Cuesta seguir la traducción que va haciendo mi guía, pues el hassanía con acento del sur no le resulta de fácil comprensión. Pero es importante que los conductores capten cabalmente las indicaciones. Los mares de dunas van avanzando con el viento, a menudo obstaculizando las pocas rutas existentes. Y tras ellos, tendremos que cruzar una bellísima región de grandes serranías negras; formaciones ciclópeas de rocas basálticas, que constituyen un desafiante laberinto. Por ello, el pastor repite todos los consejos: seguir hacia la puesta del sol, y al cruzar las entrañas de la gran cordillera, tomar el rumbo noreste. Siempre hacia el noreste, sin desviarse por ninguno de los cientos de cauces secos secundarios que aparecen continuamente. Ese camino tiene que llevarnos hasta Auserd antes del anochecer. Pero no va a ser hasta bien entrada la noche, cuando aparezcan a lo lejos los primeros signos de vida. El cielo se ha cubierto de millones de estrellas que disfrutamos en los breves momentos que detenemos nuestra marcha. Ya vamos con prisa.

―Por fin unas luces― advierte Ahmed. El conductor tiene familia en esa población, se nota su alegría contenida. No cambia el rumbo ni un grado, hasta que la iluminación de los focos se va haciendo más y más potente. No logra eludir un badén y por instantes se sale de la huella que venimos siguiendo hace horas. Entonces da un brusco volantazo y grita:

―¡¡Al-Yidar!, Al-Yidar!!” (¡¡El muro, es el muro!!)

Nos hemos desviado de la ruta a Auserd; hay que corregir rápidamente la posición. Es peligroso acercarse tanto al muro y mucho más durante la noche. Debemos salir de allí cuanto antes. Esta gran muralla, de 2.500 km de largo, la forman un conjunto de fortificaciones consecutivas que completan la ocupación militar del territorio saharaui. Campos minados, altas alambradas, radares, torretas. Un enjambre defensivo que ha terminado por resultar inexpugnable y al que uno no debe aproximarse nunca. Desde el otro lado, el Frente Polisario tiene escasas bazas de superarlo. El muro ha puesto freno a sus aguerridas ofensivas. Nadie puede franquearlo. En  nuestro caso, repuestos del susto, optamos por buscar la buena dirección a Auserd, confiando en que acabaremos llegando sin mayores disgustos. Sin embargo, me emociona sentirme tan cerca del territorio liberado, al otro lado de esta fortificación insalvable. Tierra saharaui libre, apenas a unos metros al otro lado. Pero no puedo ver nada, ante el resplandor cegador de una decena de reflectores que nos escrutan.

Por esa razón, cada una de las jornadas de este viaje por el sur del Sáhara Occidental ha estado teñida de emotividad. Me duele la historia de este pueblo hermano, expulsado de su tierra y condenado a malvivir en los campamentos de la inhóspita hammada argelina. Una vergonzosa página en la historia colonial española, que abandonó este territorio y a sus gentes en 1975, dejando paso impunemente a la ocupación por Marruecos.

Panorámica aérea de la entrada en la península de Dakhla
En Auserd, con mis guías y su familia

 
* Recomiendo la lectura del libro de Gonzalo Moure, “La zancada del deyar”, que describe un recorrido por ese vasto “territorio liberado” que se abre más allá del muro.