Port-au-Prince,
Haití
Desde las colinas del barrio alto de Petion Ville,
contemplo barriadas en ruinas y esa sucesión de campamentos
que albergan miles de familias que sobreviven hacinadas bajo una carpa de
plástico. Necesito pararme a respirar por un instante y tratar de tomar
conciencia del desastre que se extiende ante mis ojos.
12 de enero de 2010. 16:53h. Durante 38
segundos de pánico la tierra sacudió con furia el sur de Haití. Un brevísimo
lapso de tiempo que sepultó para siempre la vida de 316.000
personas y dejó heridas a otras 350.000. Todas las cifras de la catástrofe resultan
abrumadoras, difíciles de dimensionar: 1,5 millones de personas sin techo,
medio millón de desplazados, 44.000 mutilados, centenares de escuelas,
hospitales, mercados, iglesias y edificios de todo tipo destruidos, entre ellos
250.000 viviendas. 10 millones de m³ de escombros, el 70% de la economía
arruinada... Todo ello en el país más pobre de América, donde ya antes del terremoto
la miseria extrema golpeaba al 65% de la población y el 47% sufría desnutrición
crónica.
“Comán uyé?” ―se preguntan unos a otros con una sonrisa. Y la
respuesta es invariablemente en positivo:
“Je
suis en forme!”, ―como si la losa del destino no pesara nada cada amanecer.
Sin duda lo que más me impresiona,
en medio de este caos, es esa atmósfera de cotidianeidad resignada que parece
haber calado en los haitianos frente a tanta desgracia. La vida continúa
pese a todo, y el palpitar de la ciudad consigue seguir vibrando sobre sus
ruinas. Las calles de Port-au-Prince, invadidas por montes de escombros y
basuras, son un hervidero de gente en movimiento, entorno a una hilera
interminable de centenares de vehículos y camionetas, colapsados en el más
formidable de los atascos.
Impacto geográfico del terremoto
* Evaluación de la respuesta de la Oficina de Acción Humanitaria de la AECID, que realizamos un año después:
* Evaluación de la respuesta de la Oficina de Acción Humanitaria de la AECID, que realizamos un año después: