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jueves, 18 de junio de 2009

Tierra de soledades telúricas

 

"Esas serranías donde el hombre termina su camino porque no puede volar,

cercano a las moradas de algún dios que desdeña arrimarse a la tierra.

Cumbres heladas, talladas para hombres de hierro que lloran sin lágrimas".

            José María Arguedas (1911-1969)

 
El avión despegó en Lima. Desde la ventanilla la neblinosa garúa lo envuelve todo como si estuviera en un dulce sueño. Y al rato, el fuselaje emerge al cielo libre y azul para sorprendernos con el espectáculo de la cordillera recortando el horizonte. Siento el prodigio de volar como los cóndores. Ahí están los gigantescos nevados con sus crestas relucientes. A media hora de vuelo, el Titikaka irrumpe brillante en la llanura del desierto altiplánico. Es un imponente espejo que nos lanza destellos. 
 
Pero una vez que el lago con sus orillas de totora va quedando atrás, de nuevo, el paisaje lunar lo ocupa todo a nuestros pies. Mientras tanto, la cordillera siempre permanece al fondo. Solemne. Soberbia. Más que un paisaje de la luna, se diría que es el de un planeta desconocido, con la tierra rojiza de Marte y el semblante de Venus asomando, entre la nebulosa de nieves y picos erguidos.
 
(Reportaje publicado en la revista Aventura)

miércoles, 6 de mayo de 2009

Campesinos de la coca

Villa Tunari. Cochabamba, Bolivia.

Machete en mano, grupos de hombres, mujeres y niños, han ido penetrando en el corazón del territorio indígena del Parque Nacional Isiboro-Secure. Han cruzado los caudalosos ríos de la región del Chapare, hasta ahora habitada por comunidades aisladas de indios yuracarés, trinitarios y chimanes.

La búsqueda desesperada de un medio de subsistencia les ha llevado a adentrarse en esta región hostil, donde solo el cultivo de la hoja de coca constituye una alternativa para sobrevivir. Tras el fracaso de los programas oficiales de sustitución de los cocales, estas familias campesinas no consiguen hacer rentable su producción de frijoles, arroz o frutas, y tan solo para la hoja de coca encuentran compradores. En su dependencia extrema de este único recurso, han quedado en una situación de absoluta marginación. Se encuentran olvidados por el Estado, sin asistencia social de ningún tipo, soportando plagas y lluvias torrenciales, y sin otras vías de comunicación que senderos embarrados que se pierden en la inmensidad de la selva.

El incremento de la demanda de coca, tanto para su consumo mascado, o ritual, como para su transformación en pasta básica de cocaína, ha provocado diversas oleadas de colonos dispuestos a «conquistar» nuevos territorios de la subcuenca amazónica del río Mamoré. Procedentes de la montaña, llevan a cabo esta colonización en unas condiciones realmente difíciles. A su llegada a estas tierras, se encaminan hasta treinta y cuarenta kilómetros espesura adentro y toman posesión de la parcela. Trazan una senda y delimitan su zona de trabajo o chaco —cien metros lindando con la senda y dos kilómetros hacia el interior—.

Desde tiempos muy remotos el pijchiqueo, o mascado de la hoja de coca, es una costumbre tradicional y de profundo significado histórico y religioso para los pueblos andinos. Actualmente el cultivo la planta se extiende por la ceja selvática andina —transición de la cordillera a la región tropical—, donde existen condiciones climáticas idóneas para su crecimiento.


De abril a mayo comienzan a rozar, es decir, a cortar la hierba y los arbustos pequeños con machete. Los árboles grandes serán talados después y empleados para construir las viviendas. En efecto, más tarde se lleva a cabo la faena del tumbado y picado con hacha de esos palos gruesos. Solo dejan los almendrillos, cuya dureza hace casi imposible su tala. Así el chaco, ya deforestado, se deja secar para proceder a su quema. De mayo a junio, quemado ya, el follaje está seco y se procede al japuchado: se amontonan las ramas más gruesas y se vuelve a realizar una nueva quema. Finalmente, se limpia el terreno y se realiza un primer cultivo de arroz utilizando un bastón para la siembra. Del arroz se pasa a la yuca, o algún frutal que pueda procurarles sombra a los primeros plantones de coca que comiencen a sembrarse.

La primera cosecha de hojas de coca se obtiene seis meses después, aunque solo serán completamente aptas trascurrido un primer año. No obstante, una vez el chaco inicia su producción, puede recogerse la hoja cada tres meses y el rendimiento del terreno se extenderá hasta más de 20 años, transcurridos los dos cuales, la tierra habrá quedado agotada.



Álvaro Hernández durante la grabación del documental sobre los cocaleros