Villa Tunari. Cochabamba, Bolivia.
Machete en mano, grupos de hombres, mujeres y niños,
han ido penetrando en el corazón del territorio indígena del Parque Nacional
Isiboro-Secure. Han cruzado los caudalosos ríos de la región del Chapare, hasta
ahora habitada por comunidades aisladas de indios yuracarés, trinitarios y
chimanes.
La búsqueda desesperada de un medio de
subsistencia les ha llevado a adentrarse en esta región hostil, donde solo el
cultivo de la hoja de coca constituye una alternativa para sobrevivir. Tras el
fracaso de los programas oficiales de sustitución de los cocales, estas
familias campesinas no consiguen hacer rentable su producción de frijoles,
arroz o frutas, y tan solo para la hoja de coca encuentran compradores. En su
dependencia extrema de este único recurso, han quedado en una situación de
absoluta marginación. Se encuentran olvidados por el Estado, sin asistencia
social de ningún tipo, soportando plagas y lluvias torrenciales, y sin otras
vías de comunicación que senderos embarrados que se pierden en la inmensidad de
la selva.
El incremento de la demanda de coca, tanto para
su consumo mascado, o ritual, como para su transformación en pasta básica de
cocaína, ha provocado diversas oleadas de colonos dispuestos a «conquistar»
nuevos territorios de la subcuenca amazónica del río Mamoré. Procedentes de la
montaña, llevan a cabo esta colonización en unas condiciones realmente
difíciles. A su llegada a estas tierras, se encaminan hasta treinta y cuarenta
kilómetros espesura adentro y toman posesión de la parcela. Trazan una senda y
delimitan su zona de trabajo o chaco —cien metros lindando con la senda y dos kilómetros
hacia el interior—.
Desde tiempos muy remotos el pijchiqueo, o mascado de la hoja de
coca, es una costumbre tradicional y de profundo significado histórico y
religioso para los pueblos andinos. Actualmente el cultivo la planta se
extiende por la ceja selvática andina
—transición de la cordillera a la región tropical—, donde existen condiciones
climáticas idóneas para su crecimiento.
De abril a mayo comienzan a rozar,
es decir, a cortar la hierba y los arbustos pequeños con machete. Los árboles grandes
serán talados después y empleados para construir las viviendas. En efecto, más
tarde se lleva a cabo la faena del tumbado
y picado con hacha de esos palos gruesos. Solo dejan los almendrillos, cuya dureza hace casi
imposible su tala. Así el chaco, ya deforestado,
se deja secar para proceder a su quema. De mayo a junio, quemado ya, el follaje está
seco y se procede al japuchado: se
amontonan las ramas más gruesas y se vuelve a realizar una nueva quema.
Finalmente, se limpia el terreno y se realiza un primer cultivo de arroz
utilizando un bastón para la siembra. Del arroz se pasa a la yuca, o algún
frutal que pueda procurarles sombra a los primeros plantones de coca que
comiencen a sembrarse.
La primera cosecha de hojas de coca se obtiene seis
meses después, aunque solo serán completamente aptas trascurrido un primer año.
No obstante, una vez el chaco inicia
su producción, puede recogerse la hoja cada tres meses y el rendimiento del
terreno se extenderá hasta más de 20 años, transcurridos los dos cuales, la
tierra habrá quedado agotada.
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Álvaro Hernández durante la grabación del documental sobre los cocaleros |