Kiev. Hace 7 años, en el mercado Besaravsky, hice amistad con la señora Ivanna. Todos los días desayunaba en su puesto. ¿Qué habrá sido de ella? Pobres ukranianos, sumidos en esta violenta invasión.
Soy un sibarita, debo confesarlo. ¿Dónde está aquel
mochilero que dormía enfundado en un saco por tugurios, albergues y estaciones
de tren?, ¿qué ha sido del aventurero
que se arreglaba con restos de bocata o una triste lata de guisantes para
almorzar y tirar pa'lante?. La vuelta al mundo con la billetera siempre
menguada, estirando el último billete.
Aquí estoy,
otra vez perdido en un país azotado por conflictos e inviernos infernales, pero
desde luego no cambio desayunos como éste por todo el oro del mundo. Es lo que
nos suele pasar a los paletos: al más mínimo asomo de lujo al alcance de
nuestra mano, nos lanzamos compulsivamente al atracón. Sobre todo cuando se
trata de las latas de caviar que vende la señora Ivanna, a precio de saldo, en
el mercado Besaravsky, al final de la calle Khreshatik, arteria principal de la
capital ukraniana.