Figueres, Cataluña
—“Això
es impressionant”—, siempre repito su frase favorita cuando estoy situado
frente a una obra que me llama especialmente la atención. Me
enseñó a amar el arte con pasión.
Mi
abuelo era una persona tan afable como cabal. Caballero sobrio, de corbata negra y
sombrero, guardo un recuerdo entrañable de él, aunque dejó este mundo hace ya casi
8 lustros. Y, sin embargo, no supe hasta pasados todos estos años desde su
muerte, el ser valeroso que había sido. Quién me iba a decir que, tras esa
apariencia de hombre tranquilo, se escondía un valiente que arriesgó la vida
por defender sus ideales.
Erudito
de la historia del arte, Joan Subias Galter (Figueres, 1897-1984) se inició en
la gestión del patrimonio cultural catalán en 1926, asumiendo sucesivamente diversos
cargos de la Generalitat durante los años de la República. Hay que reconocerle,
entre otros, la iniciativa de declaración de monumentos nacionales del
monasterio de Sant Pere de Roda o de la iglesia de Santa María de Vilabertran,
joyas románicas del siglo XI. Desde sus competencias, promovió la restauración
y rehabilitación de muchos monumentos.
Pero
llegó la guerra (1936-1939). Salvajismo y destrucción en todos los frentes. En
esos difíciles momentos, el abuelo Joan tuvo un destacado papel en la salvaguardia
del patrimonio artístico. Fue tarea valerosa poner freno a las hordas de
salvajes que siempre se enseñorean aprovechando las situaciones de conflicto.
Puedo imaginármelo pugnando por convencer de su error a aquellas batidas
destructivas de grupos descontrolados que recorrían los pueblos. En más de una
ocasión tuvo que enfrentar con grave riesgo a las turbas armadas. Se jugó el
tipo, pero valió la pena. Era jefe de la Sección de Museos y como tal, asumió
la responsabilidad del traslado y protección de las principales obras
pictóricas y escultóricas del arte catalán. Los cuadros y tallas más significativas
se salvaron de la quema, y quedaron guarecidas en una masía en Can Descals
(Darnius, en el Pirineo, junto a la frontera francesa). Joan se trasladó allí
con su familia, mientras las tropas de Franco se aproximaban día a día.
La
guerra se perdió y fue el último en cruzar al exilio. Él, su esposa Concha, y
sus hijos Antoni, Xavier y Pilar. Esta última era mi madre, que contaba con muy
pocos años. Me vienen a la mente los relatos que ella, pasados más de 80 años, nos
contaba sobre el trasiego y almacenamiento de esas obras fantásticas. Le
gustaba narrarnos anécdotas de esos días de la infancia, cuando veía a su madre
rezar, por ejemplo, unos días ante la talla románica de la Virgen de Ger, otros
ante el cuadro de la Virgen de Montserrat. Estas y otras joyas se salvaron y
hoy se encuentran en diferentes lugares de Cataluña, para disfrute de todos.
Con
el fin de la guerra, después de un breve exilio, Joan Subias sería represaliado
y depurado, con pérdida de trabajo y sueldo. Nunca se le reconocieron los
esfuerzos de numerosos estudios ni catalogaciones, ni la recuperación de tantas
obras prácticamente dadas por desaparecidas. Ni mucho menos su arriesgada labor
de protegerlas de la ruina, el expolio o la destrucción.
Enviudó
siendo yo un adolescente. Recuerdo la ternura que me inspiraba en las tardes de verano aquel hombre
bueno, meditando tristezas frente a las costas rocosas
del Port de Llançá. Miraba al horizonte infinito del Mediterráneo durante horas,
quién sabe si rememorando aquellos complicados tiempos en Darnius. Allí, atravesando los
kilómetros de litoral por los que se extiende el Cap de Creus, tenía su residencia
Salvador Dalí, amigo de su juventud. He oído contar a mi madre que, con
motivo de la boda de Joan con mi abuela Concha, el genio ampurdanés les regaló
dos cuadros que tuvieron que acabar vendiendo años después, en tiempos de
penuria, para poder costear los estudios de mis tíos. Dos cuadros
extraordinarios: “L'Estació” (pintado desde la terraza de casa del abuelo, en
1923), y que se encuentra en la fundación Gala-Salvador, en Figueres. Y “Cadaqués”
(1924), hoy en el Museo Dalí de St. Petersburg, Florida, USA.
Todo
esto lo he descubierto recientemente, para mi orgullo, y gracias al trabajo de
recuperación de su memoria histórica que realizó el historiador Joaquim Nadal.
A través de sus investigaciones, salió a la luz una desconocida pero
maravillosa versión del abuelo luchador. “Dos vidas y una guerra”, el libro de
Nadal, sintetiza bien en el
título la existencia de aquel figuerense caído en desgracia. A raíz de su publicación,
el diario La Vanguardia escribió un largo artículo que comenzaba diciendo:
“Muchas
veces nos dejamos impresionar por los relatos de quienes ayudaron a salvar las
obras de arte requisadas por los nazis y olvidamos que España sufrió también
una trágica guerra que acarreó graves pérdidas patrimoniales y que hubo personas
anónimas que se jugaron la piel para salvar obras de arte. Una de ellas fue
Joan Subias, una figura demasiado olvidada que ahora acaba de rescatar el
historiador Joaquín Nadal” (27 dic 2016).
En las ocasiones que nos visitaba en
Madrid, acudíamos a recorrer las salas de los Primitivos
italianos, en el Museo del Prado. Era un ritual ineludible. Me tomaba de la mano e iba explicando, con
parsimonia, durante minutos, todos y cada uno de los cuadros de la galería. Conocía
todas las historias, todos los detalles. Era una experiencia que yo disfrutaba
sobremanera. Se plantaba frente a La Anunciación de Fran Angélico, o al Transito
de la Virgen, de Mantegna y, entre disertación y disertación, no paraba de
repetir “soberbio, soberbio”. Para el final dejaba siempre los tres cuadros de “La
historia de Nastaglio degli Onesti”, de Botticelli, su adorado “Sandro”. Resultaba apasionante escucharle.
El
libro de Quim Nadal se presentó el 11 de febrero de 2017, convirtiendo el acto
en un emotivo homenaje celebrado en el Museu Dalí de Figueres. No podía haber
mejor recinto. Allí, muy cerca del lugar donde hoy yacen estos dos personajes
ampurdaneses —Salvador Dalí y Joan Subias—, nos reunimos con toda mi familia
catalana y escuchamos los elogios de altas personalidades del lugar. Mi gran avi,
un personaje cuya entrega a la salvaguardia del arte en peligro, por fin fue
reconocida.
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Can Descals, Darnius, Girona
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