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martes, 29 de octubre de 2024

Comer en el Ampurdán

Menjar a l´Empordá

 

La comarca del Ampurdán (Girona) es un buen lugar para degustar exquisiteces gastronómicas. A continuación, solo una muestra.



Anchoas con pimiento

Llobarros o lubinas

Sardinas

Suquet de peix

Erizos de mar o garotas

Zamburiñas

Pulpo

Arrós con mariscos

Mejillones

Gambas

Escamerlans

Calamarets

Sepias

Rubeyons

Boletus

Quesos de la comarca

Crema catalana

Buñuelos tradicionales
Pan

 

Con el agradecimiento a los restaurantes:
Can Narra, Els Pescadors, Barko, del Port de Llançá y al Motel, de Figueres.

domingo, 14 de abril de 2024

Salvador Dalí

Muestreo de algunas de las geniales obras del pintor ampurdanés

 
Homenaje a mi abuelo Joan, gran defensor del arte en tiempos muy difíciles y
 amigo de Dalí en la juventud.

 

 

 

 

Leda atómica

Muchacha en la ventana

La persistencia de la memoria

El Cristo de San Juan de la Cruz

Homenaje a Picasso

El gran masturbador

Galatea de las esferas
 
La última cena

Sueño causado por el vuelo de la abeja

La tentación de San Antonio

Cesta del pan

Retrato de Luis Buñuel

El espectro del sex-appeal

L´Estació de Figueres

Cadaqués 

miércoles, 27 de septiembre de 2017

Flotando sobre el Ampurdán

 
La semana pasada subí en globo y me elevé a los abismos del cielo durante una hora. Dentro de una cestilla de mimbre, a mil metros, solo se respira placidez. Te sientes flotante y frágil entre las nubes, y rodeado de un horizonte de paisajes que casi no tiene límite. Solo cada cierto tiempo, el motor de aquel armatoste ruge y un chorro de gas propano te calienta el cogote. Lo necesitamos para mantener el globo henchido y que no se desplome en el vacío.

Así, como describo este paseo en globo, me siento yo. Sumido en una placentera quietud flotante, contemplando en la distancia, suspendido en el cielo y mecido muy suavemente por los vientos. Solo ese chorro virulento sobresalta de vez en cuando. Pero el resto del tiempo estoy en un estado de ingravidez, sin ningún control de ruta y, también, sin ningún deseo de volver a bajar al suelo de lo cotidiano. Vivir al pairo, penduleando en el aire, ¿por cuánto tiempo?, ¿para cuánto dará esa bombona de gas que me mantiene soñando en vuelo?

El tiempo transcurrió fugazmente sobrevolando la plana del Ampurdán. Allí abajo, diminuto, se veía Pals. Hacia el norte, Verges. Y a lo lejos, las Illes Medes. ¡Qué fantástica sensación! ¡Qué belleza contemplar estos paisajes serenos desde el aire!

Una vez abajo y ya sobre la corteza áspera del planeta, salí de un salto de la cesta de mimbre y todo lo que vi alrededor me pareció teñido de monotonía, tan distinto a cómo lo contemplaba hacia segundos desde allí arriba. Un descampado árido entre barbechos, un riachuelo sucio que fluía por allí, un pagés cabreado que apareció de la nada haciendo aspavientos

Tardé en reaccionar. Pasó un largo rato en el que los tres operarios que nos esperaban estuvieron vaciando, doblando y recogiendo las grandes lonas del aerostático que pronto ya era una flácida vejiga aliviada. Y poco después, solo recuerdo que me llevaron a una tasca allí cercana, donde empezaron a poner sobre una mesa de madera toda una suerte de fuentes con butifarras picantes, longanizas, pilas de munyetas, tarros de alioli, huevos fritos desparramados sobre más munyetas relucientes… Y también vino. Primero fue un porrón de garnatxa empalagoso y del color del oro. Después, enseguida, un vino negro y recio que rascaba la garganta, y que a las once de la mañana, se te colaba por las venas hasta golpear el cerebro dulcificando el sobresalto del aterrizaje. A estas alturas todavía no se bien si me devolvió a la vida o la muerte, al infierno o al paraíso...

martes, 27 de diciembre de 2016

El abuelo valiente

Figueres, Cataluña

 

—“Això es impressionant”—, siempre repito su frase favorita cuando estoy situado frente a una obra que me llama especialmente la atención. Me enseñó a amar el arte con pasión.

Mi abuelo era una persona tan afable como cabal. Caballero sobrio, de corbata negra y sombrero, guardo un recuerdo entrañable de él, aunque dejó este mundo hace ya casi 8 lustros. Y, sin embargo, no supe hasta pasados todos estos años desde su muerte, el ser valeroso que había sido. Quién me iba a decir que, tras esa apariencia de hombre tranquilo, se escondía un valiente que arriesgó la vida por defender sus ideales.

Erudito de la historia del arte, Joan Subias Galter (Figueres, 1897-1984) se inició en la gestión del patrimonio cultural catalán en 1926, asumiendo sucesivamente diversos cargos de la Generalitat durante los años de la República. Hay que reconocerle, entre otros, la iniciativa de declaración de monumentos nacionales del monasterio de Sant Pere de Roda o de la iglesia de Santa María de Vilabertran, joyas románicas del siglo XI. Desde sus competencias, promovió la restauración y rehabilitación de muchos monumentos.

Pero llegó la guerra (1936-1939). Salvajismo y destrucción en todos los frentes. En esos difíciles momentos, el abuelo Joan tuvo un destacado papel en la salvaguardia del patrimonio artístico. Fue tarea valerosa poner freno a las hordas de salvajes que siempre se enseñorean aprovechando las situaciones de conflicto. Puedo imaginármelo pugnando por convencer de su error a aquellas batidas destructivas de grupos descontrolados que recorrían los pueblos. En más de una ocasión tuvo que enfrentar con grave riesgo a las turbas armadas. Se jugó el tipo, pero valió la pena. Era jefe de la Sección de Museos y como tal, asumió la responsabilidad del traslado y protección de las principales obras pictóricas y escultóricas del arte catalán. Los cuadros y tallas más significativas se salvaron de la quema, y quedaron guarecidas en una masía en Can Descals (Darnius, en el Pirineo, junto a la frontera francesa). Joan se trasladó allí con su familia, mientras las tropas de Franco se aproximaban día a día.

La guerra se perdió y fue el último en cruzar al exilio. Él, su esposa Concha, y sus hijos Antoni, Xavier y Pilar. Esta última era mi madre, que contaba con muy pocos años. Me vienen a la mente los relatos que ella, pasados más de 80 años, nos contaba sobre el trasiego y almacenamiento de esas obras fantásticas. Le gustaba narrarnos anécdotas de esos días de la infancia, cuando veía a su madre rezar, por ejemplo, unos días ante la talla románica de la Virgen de Ger, otros ante el cuadro de la Virgen de Montserrat. Estas y otras joyas se salvaron y hoy se encuentran en diferentes lugares de Cataluña, para disfrute de todos.

Con el fin de la guerra, después de un breve exilio, Joan Subias sería represaliado y depurado, con pérdida de trabajo y sueldo. Nunca se le reconocieron los esfuerzos de numerosos estudios ni catalogaciones, ni la recuperación de tantas obras prácticamente dadas por desaparecidas. Ni mucho menos su arriesgada labor de protegerlas de la ruina, el expolio o la destrucción.

Enviudó siendo yo un adolescente. Recuerdo la ternura que me inspiraba en las tardes de verano aquel hombre bueno, meditando tristezas frente a las costas rocosas del Port de Llançá. Miraba al horizonte infinito del Mediterráneo durante horas, quién sabe si rememorando aquellos complicados tiempos en Darnius. Allí, atravesando los kilómetros de litoral por los que se extiende el Cap de Creus, tenía su residencia Salvador Dalí, amigo de su juventud. He oído contar a mi madre que, con motivo de la boda de Joan con mi abuela Concha, el genio ampurdanés les regaló dos cuadros que tuvieron que acabar vendiendo años después, en tiempos de penuria, para poder costear los estudios de mis tíos. Dos cuadros extraordinarios: “L'Estació” (pintado desde la terraza de casa del abuelo, en 1923), y que se encuentra en la fundación Gala-Salvador, en Figueres. Y “Cadaqués” (1924), hoy en el Museo Dalí de St. Petersburg, Florida, USA.

Todo esto lo he descubierto recientemente, para mi orgullo, y gracias al trabajo de recuperación de su memoria histórica que realizó el historiador Joaquim Nadal. A través de sus investigaciones, salió a la luz una desconocida pero maravillosa versión del abuelo luchador. “Dos vidas y una guerra”, el libro de Nadal[1], sintetiza bien en el título la existencia de aquel figuerense caído en desgracia. A raíz de su publicación, el diario La Vanguardia escribió un largo artículo que comenzaba diciendo:

“Muchas veces nos dejamos impresionar por los relatos de quienes ayudaron a salvar las obras de arte requisadas por los nazis y olvidamos que España sufrió también una trágica guerra que acarreó graves pérdidas patrimoniales y que hubo personas anónimas que se jugaron la piel para salvar obras de arte. Una de ellas fue Joan Subias, una figura demasiado olvidada que ahora acaba de rescatar el historiador Joaquín Nadal” (27 dic 2016).

En las ocasiones que nos visitaba en Madrid, acudíamos a recorrer las salas de los Primitivos italianos, en el Museo del Prado. Era un ritual ineludible. Me tomaba de la mano e iba explicando, con parsimonia, durante minutos, todos y cada uno de los cuadros de la galería. Conocía todas las historias, todos los detalles. Era una experiencia que yo disfrutaba sobremanera. Se plantaba frente a La Anunciación de Fran Angélico, o al Transito de la Virgen, de Mantegna y, entre disertación y disertación, no paraba de repetir “soberbio, soberbio”. Para el final dejaba siempre los tres cuadros de “La historia de Nastaglio degli Onesti”, de Botticelli, su adorado “Sandro”. Resultaba apasionante escucharle.

El libro de Quim Nadal se presentó el 11 de febrero de 2017, convirtiendo el acto en un emotivo homenaje celebrado en el Museu Dalí de Figueres. No podía haber mejor recinto. Allí, muy cerca del lugar donde hoy yacen estos dos personajes ampurdaneses —Salvador Dalí y Joan Subias—, nos reunimos con toda mi familia catalana y escuchamos los elogios de altas personalidades del lugar. Mi gran avi, un personaje cuya entrega a la salvaguardia del arte en peligro, por fin fue reconocida. 

 


[1] Nadal i Farreras, Joaquim. Joan Subias Galter (1897-1984), Dues vides i una guerra. Institut dʹEstudis Catalans. Publicacions de la Presidència, 2016

 Can Descals, Darnius, Girona