La comarca de la Vera se ubica entre la sierra de Gredos y el cauce del río Tiétar, en el vértice noreste de Extremadura
que, a su vez, es la región de Europa Occidental con mayor porcentaje de áreas de
interés para la observación de aves. Somos pocos habitantes, hay escaso
desarrollo industrial y los paisajes naturales, ganaderos y agrícolas
son predominantes. Este territorio silvestre se difunde entre altas
montañas, cordilleras boscosas, profundos valles e inmensas llanuras
pobladas de dehesas. Las características configuran un espacio idóneo
para una diversidad de especies de gran atractivo. Estas son tan solo
algunas de ellas, quizá las que más me gusta observar sobrevolando los
cielos que nos rodean.
Dedicado a los Bomberos Forestales,
siempre alerta y eficaces.
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NOTA. La
información e imágenes que se ofrecen en esta entrada del blog
proceden, básicamente, de SEO/BirdLife y experiencias provenientes de mi
propia finca o alrededores, situada en zona rural de Villanueva de la Vera (Cáceres) y
donde vivo desde hace una veintena de años. SEO/BirdLife es una
federación que agrupa asociaciones dedicadas a la conservación de las aves
y la naturaleza. La mayor organización global, que cuenta con representantes y socios en todo el
mundo.
www.seo.org 
Las oropéndolas, procedentes de África Subsahariana, llegan en mayo a nuestro territorio para pasar todo el verano. Ave de comportamiento muy esquivo, es difícil de ver, aunque su canto nos acompañe durante todo el estío y entre la espesura destaque su bellísimo plumaje amarillo.


La grulla común es una de las aves más grandes
que sobrevuela nuestra tierra y su invernada masiva en Extremadura es cada año
uno de los espectáculos más impresionantes del mundo natural. Todos los
inviernos aproximadamente 80.000 grullas comunes vienen desde el frío norte
continental a nuestras dehesas y llanuras, con su vuelo pausado y sus
peculiares graznidos que parecen llamarte desde el cielo para anunciarte su
llegada en ordenadas hileras en forma de uve. En nuestros campos encuentran
abundante alimento, y en las orillas de pantanos y lagunas —al momento justo de
ponerse el sol—, unos bulliciosos dormideros donde descansar hasta el amanecer.
Las grullas recorren unos tres mil kilómetros desde el norte europeo al que
volverán, para pasar la temporada de primavera y verano, y volver a visitarnos,
inexorablemente, el año siguiente.

El abejaruco es uno de mis más apreciados, por el bello plumaje colorido
(azul, anaranjado, verde …), garganta amarilla y pico alargado con un capirote
oscuro sobre el que sobresalen unos ojillos rojos muy vivaces. Es de tamaño
medio, constituyendo una especie difícil de encontrar en regiones más al norte
del continente, pero por Extremadura solemos verlos de abril a septiembre, Durante
los meses de invierno, emprende largos viajes hacia zonas más cálidas y con
mayor disponibilidad de alimento, que pueden abarcar distancias de miles de
kilómetros. Estas migraciones son un desafío para los abejarucos que, sin embargo,
vuelven fielmente cada año volando en grupos pequeños y mostrando gran agilidad
con sus movimientos acrobáticos para atrapar en el aire todo tipo de insectos.
No es un pájaro especialmente bienvenido por los apicultores dada la habilidad que
muestra para capturar abejas, de ahí su nombre.


Las abubillas son otras de las aves más bellas que,
con suerte, podemos encontrar por los caminos extremeños. Es una especie
diurna, solitaria, territorial y migratoria habitante de regiones seca de bosques
claros, zonas de frutales, viñedos y campos cultivados con arboledas. Su plumaje puede variar desde
un pardo rosado a un canela oscuro o rojizo, con las alas y la cola listadas de
blanco y negro. En la cabeza está dotada de un penacho de plumas eréctiles como
un abanico, pero casi siempre lo mantiene cerrado. Son inconfundibles,
especialmente por el vuelo, y suelen anidar en huecos de árboles viejos,
cavidades de edificios, grietas entre las rocas y montones de piedras.


Los rabilargos son, probablemente, las aves más cercanas a mi cotidiano vivir rural: todos
los años diezman la cosecha de cerezas. Tan voraces y osadas son, que no me
dejan ni una sola picota, incluso cuando éstas todavía verdean en los árboles,
a principios de abril. Planean en bandadas de 30 o 40, como una pandilla de
malandros, comiendo en el suelo o en las ramas, sin calmar sus graznidos de
alerta cuando sienten que algo les amenaza.
Y
pese a ello es otro de mis favoritos; lo cierto es que me gusta observar el
vuelo bajo de estas hermosas aves que, pese a pertenecer a la familia de los
córvidos, tienen un aspecto muy bello con su plumaje azulado, capirote negro
como antifaz y esa cola larga que les da nombre. Con frecuencia, y a lo largo
de todo el año, anidan en los porches y parrales de mi finca en los que ponen una media de seis huevos.
La
distribución geográfica es una sorprendente singularidad de estas aves, pues se
limita únicamente a las dehesas y campiñas del suroeste peninsular. Nada más,
salvo sus «parientes» del otro extremo del planeta: el sureste de Asia, a 9.000
km.

Aunque
es más visible en verano, la pequeña curruca está presente todo el año en zonas
abiertas con arbolado disperso. Me gusta, además de por su aspecto menudo y
grácil, porque simboliza aquí al diverso conjunto de hermanitos paseriformes,
aves de escaso porte, gran belleza y continua presencia. Son conocidos por los
lugareños como «gorriatos» y emiten un dulce gorgojeo que se diría que expresa felicidad.
Es una delicia oírlas piar desde el amanecer, tan cercanas en los árboles y
tapias o tabiques próximos donde anidan, compartiendo con nosotros la vida
desde hace mucho tiempo.


La cigüeña negra es un ave
garbosa, de costumbres migratorias, que se diferencia de su hermana, la cigüeña
blanca, por su plumaje oscuro, ser más esquiva y, sobre todo, por su escasez.
Habita en lugares de difícil acceso, siendo Extremadura, y el Parque Nacional
Monfragüe y su entorno en particular, las zonas donde existen un mayor número
de ejemplares. He podido verlas cerca de mi finca, de manera eventual, en el
sector más abrupto de la garganta Gualtaminos, próximo a su desemboca en el río
Tiétar.
Se debe tener bien presente que
es un ave de estatus vulnerable, en regresión, a la que es fundamental no
ocasionarles molestias, especialmente en época reproductiva. Observarlas
únicamente con prismáticos o teleobjetivos y desde considerable distancia, nunca
aproximarse.

El críalo es un ave de
hábitos migratorios y vive en zonas arboladas abiertas y cálidas. Es capaz de
alimentarse casi en exclusiva de orugas de todo tipo, incluso las que están
protegidas por sustancias tóxicas o pelos urticantes, como las «procesionarias»
de los pinares. Es de tamaño medio, muy semejante al cuco, del que se
diferencia por su aspecto más esbelto, por tener una cola más larga y por el
colorido del plumaje. El aspecto más llamativo de la biología del críalo es su
estrategia reproductora, basada en la parasitación de nidos de córvidos. Como
su pariente el cuco, practica el parasitismo de puesta en los nidos de otras aves
como urracas y estorninos.
Es decir, pone sus huevos en los nidos de otras especies pero, a diferencia del
cuco común, ni la hembra ni los polluelos de críalo sacan del nido los huevos
del huésped cuyo nido parasitan, si bien a menudo algunas de
las jóvenes urracas mueren por la falta de alimento que ocasiona la presencia
de la cría de críalo. En compensación se sabe que los polluelos de críalo
secretan un olor que repele a los depredadores que les acechan, y este
repelente les protege tanto a ellos mismos y como a los polluelos del huésped.

Me
gusta observar a lo mirlos dando pequeños saltitos alrededor de la casa,
emitiendo ese repertorio de cantos alegres y melodiosos. Se diría que son
cánticos de felicidad y es maravilloso escucharlos tan cerca, mientras van
picoteando entre las plantas del jardín, sin que apenas les altere la proximidad
humana. Son omnívoros y consumen una amplia variedad de insectos, gusanos y frutas. El mirlo macho es completamente negro
mientras que las hembras adultas y los menores tienen un plumaje marrón. Con el pico amarillo y un círculo
también amarillo alrededor de los ojos. Anida en bosques y jardines, construye
un nido en forma de copa, bordeado con barro. Tienen
un comportamiento territorial agresivo en el lugar de anidación y no viven en
grupo. El macho establece el territorio durante su primer año de existencia y
lo mantiene toda su vida, pero durante la temporada de cría un mirlo no soporta
a ningún congénere, con la excepción de su pareja. Fuera de la época de cría,
varios mirlos comunes pueden compartir un mismo hábitat que les
procure alimento y refugio, y a veces pasan la noche en grupos pequeños.

Todavía recuerdo aquel invierno
en que una pareja de milanos reales anidó en un pinar próximo a la casa.
Los observaba de lejos, con prismáticos y mucho sigilo, hasta que la llegada
del polluelo aconsejó mayor prudencia. Desgraciadamente pronto se corrió la voz
en la zona y la familia de milanos no tardaron en alejarse de las molestias y
se trasladaron a un lugar más remoto y oculto del bosque. No obstante,
siguieron volando por estos cielos, siempre reconocibles por su silueta
estilizada, la cola ahorquillada y el vuelo ágil, u oteando con su
extraordinaria vista y lanzados vertiginosamente sobre sus presas cuando detectan
algún conejo o roedor. Durante unos años, esta familia de rapaces volvió al
mismo bosque, aunque cada vez anidando en pinares más frondosos y alejados.
Pero en sus vuelos de oteo a menudo se dejaban ver, pasando altivos y arrogantes,
con la seguridad que les da la altura y la agilidad de movimientos en el cielo.
Tristemente, la población de milano real ha experimentado un acusado descenso
en los últimos años (según SEO/BirdLife), pero todavía confío que el próximo
invierno volverá la hermosa familia para seguir reproduciéndose por aquí cerca.


Las agrestes serranías del centro
y el oeste de la Península son el último refugio de una de las rapaces más
sobresalientes de nuestra fauna: el buitre negro, un gigante de casi
tres metros de envergadura que conserva en nuestro territorio sus mejores
poblaciones de todo el mundo. Se trata de una especie estrictamente forestal
que sitúa sus nidos en manchas de bosque mediterráneo y pinares. En vuelo es inmenso, con unas
alas largas, anchas y de bordes rectos, a diferencia del buitre leonado. La
cola es corta y en forma de cuña. Es frecuente verlos en los cielos veratos,
volando en círculos con sus alas enormes y dando giros en el aire para
aprovechar las corrientes y descender lentamente sobre alguna cabra o res
muerta. El buitre se alimenta fundamentalmente de carroña.

Oigo un repiqueteo tac-tac-tac-tac
que me resulta familiar: un roble centenario cercano es frecuentado por una
pareja de Pico picapinos. Lo hacen apoyándose en su cola corta y
aferrándose con las uñas a la corteza, en movimientos que son acompañados con
un continuo trabajar con el pico. Van haciendo pequeñas melladuras lo
suficientemente profundas para alcanzar los insectos y larvas refugiados bajo
la cubierta, en lo que se ayuda con la lengua sobre todo para sorber la savia
que brota de las incisiones practicadas por él alrededor del tronco. También se
alimenta de semillas de piña y no desprecia la oportunidad de comer otros
muchos frutos silvestres e incluso cultivados. Popularmente conocido como Pájaro
carpintero, es una especie eminentemente sedentaria y se aleja muy pocos
kilómetros de una reducida zona donde anida y se alimenta. Su martilleo fuerte
y de largo alcance es una de las características más conocidas de esta ave que
golpea con extraordinaria rapidez y que, al parecer, tiene una significación
amorosa. Macho y hembra anidan en el interior del hueco trabajado y lo seguirán
haciendo año tras año si no se les atosiga.

Ocasionalmente, sobre todo en
invierno, alguna Garza real acude a pescar a una charca que
se inunda en el centro de la finca. Puedo verla desde el jardín, con mucho
sigilo, pues va dando zancadas siempre alerta y al menor movimiento emprende
vuelo, el cuello encogido en forma de “S” y las patas estiradas sobresaliendo
por detrás de la cola. Suelen ser unos instantes fascinantes pero muy breves
porque cada vez que saca su afilado pico rojizo del agua, tras ingerir alguna
rana o tritón, la astuta y desconfiada ave lacustre alza el largo pescuezo y
parece pensar: «ya es bastante por hoy». Entonces se eleva majestuosa,
para ir desapareciendo en el horizonte suavemente, como una princesa de los
cielos.
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Carraca |
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Chotacabras |
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Águila Imperial Ibérica
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