miércoles, 8 de enero de 2020

Puerto Rico

 

PUERTO RICO

Por Xénia García.Otero. 


El primero de enero del 2020, casi por casualidad, unos meses antes de haberse declarado la pandemia del Covid 19 y el confinamiento mundial, aterricé con mi familia en San Juan de Puerto Rico. Fue un viaje planeado a última hora. Estuvimos por un total de 10 días maravillosos. Pasamos uno que otro susto con los temblores de tierra que ocurrieron en la isla en ese entonces, pero esto no opacó nuestra estadía.

Inmediatamente me llené de felicidad al percibir la humedad en el aire y sentir que la ropa se me pegaba al cuerpo. La temperatura de 27 grados centígrados también se sentía rica. Las carcajadas llenas de vida y alegría, el acento caribe por todos lados aunque no exactamente igual al de mi tierra pero parecido a mi acento costeño, me hicieron sentir en casa en seguida.

Todas las noches tuve el privilegio de escuchar el canto de las ranas Coquí, el cuál instantáneamente me transportaba a mi infancia y adolescencia en los 23 años que viví entre Montería, Cartagena y Barranquilla. 

La arquitectura colonial del viejo San Juan, colmada de encanto y colorido me recordó a la del casco antiguo de mi querida Cartagena. Todos los días tomábamos largas caminatas en el Viejo San Juan con la ilusión de descubrir cada rincón. No nos cansábamos de admirar su bella muralla, sus antiguas casas, algunas de ellas edificadas hace más de 400 años, los fuertes como el de San Cristóbal y San Felipe, imponentes, con sus cañones, túneles, recovecos y el de San Felipe con su salida al mar, como el de Cartagena y el de Bocachica. Otras partes de San Juan, como el distrito de Condado, nos recordaba mucho al sector norte de Barranquilla y a los barrios Manga y Bocagrande de Cartagena. Vimos varias Palmas del Viajero, cuyas ramas están llenas de agua, e inmediatamente recordé que mis abuelos maternos tenían una a la entrada de su casa en el barrio de Los Laureles de Montería donde vivieron por muchos años antes de mudarse para Pasatiempo. 

También visitamos otras ciudades de la isla, como Ponce, Aibonito y Rincón, en las cuales nos sentimos como si estuviésemos en Cereté, Montería, Barranquilla, Santa Marta, Aracataca o Ciénega. La distribución de la ciudad, su plaza principal, la iglesia y salidas a las calles son prácticamente iguales a muchas del Caribe Colombiano. Y las vistas pues sin duda son muy parecidas también.

La ruta panorámica es un espectáculo de la naturaleza. La parte que recorrimos es muy parecida al sistema montañoso de nuestra Sierra Nevada pero sin llegar a sus grandes alturas, por lo tanto no tienen nieve. Hay cultivos de plátano, café y árboles de mango, palmeras, diferentes tonalidades del color verde, neblina. Por supuesto, las palmeras árboles de mango y flores de colores las hay por todos lados en Puerto Rico. Hay muchos Bonches coloridos pero en Puerto Rico les llaman Amapolas.
 
 
 
Para mi sorpresa en el restaurante de nuestro hotel me encontré con un plato al que considero una obra maestra, el “Asopado de Gandules”. Es una sopa con arroz, trocitos de pernil, ahuyama, papa, bolitas de plátano maduro y arañita. Esta última son tiritas (ralladura) de plátano verde que se fritan juntas en aceite hirviente,  terminan una encima de la otra y dan la impresión óptica de ser varias arañas o una grande. En el Caribe Colombiano tenemos uno parecido, La Sopa de Güandú o Güandules, y es considerado el plato más representativo de nuestro Carnaval en Barranquilla. El ingrediente principal de ambos platos son los güandules (gandules en Puerto Rico). Son como una especie de fríjol verde. Y desde entonces cada Sábado de Carnaval preparamos asopado de güandules en nuestro hogar en Texas.

Para mi fue una experiencia mágica porque me sentí en casa, en el Caribe Colombiano. Y sin querer queriendo no pude evitar pensar en las palabras que mi paisano, Gabriel García Márquez, dijo alguna vez: "En este continente de la América Latina hay un país que no es de tierra, sino de agua, que es el Caribe". Y una vez más pensé: ¡Hay que ver que Gabito tenía razón! Y no veo la hora de volver a Puerto Rico, y tener la oportunidad de visitar otras islas en el mar Caribe.

sábado, 14 de diciembre de 2019

Vuelo espacial

 

 

Hospital Ruber Internacional, Madrid.

Clavaron mi cabeza a una nave espacial. Así fue. Alguno pensará: “lo que le faltaba a este hombre, un viaje a través del espacio sideral”. Pero no ha sido exactamente así. Como aficionado a la astronomía, puedo deciros que no se ha parecido en nada a aquellos míticos vuelos espaciales de Armstrong o Gagarin.

Antes de la Navidad de 2018, recibí una fría citación de la sección de Radiología del hospital: “preséntese el día 22 de diciembre en la sala C para realizar Resonancia Magnética craneal”. Era la primera noticia de que mi enfermedad se hubiera extendido a la cabeza. Se me heló la sangre con las novedades. Cuando los padecimientos se hacen largos en el tiempo, cualquier cambio de diagnóstico —y este se presentía grave— es como un terremoto.

Llegado el momento de la citación, el radiólogo esperaba con un discurso muy breve: en seis días me harían una mascarilla para anclarme a la camilla del aparato de Rayos X. Me radiarían 5 minutos, a las 15h en punto, durante 15 días seguidos. Parecido a los pollos que se brasean en una máquina, pero sin dar tantas vueltas. Lo cierto es que el personal que me atendió, lo hizo con mucha amabilidad y simpatía. Eso lo agradecemos siempre los pacientes, que acudimos a estos eventos con bastante temor.

Al cabo de los 15 días, volví a citarme con el radiólogo, que fue al grano y sin pelos en la lengua:

Hemos aplicado estas radiaciones a modo de paliativo. Ya no queda más que hacer—. Y se quedó tan ancho, pero yo recibí la noticia como una patada en el estómago. O en el cerebro. “No hay nada más que hacer” y las palabras quedaron suspendidas por los pasillos del hospital.

Regresamos a nuestra guarida verata con el anhelo de que los bosques, los pájaros, nuestros perros y gatos, contribuyeran a aliviar la pesadumbre que nos embargaba. Ese domingo compartimos unas cervezas con nuestros vecinos, y casi sin terminar de contarles las últimas novedades, Álvaro ya estaba llamando a su hermano Antonio, eminente neurólogo:

¿Que no hay nada más que hacer?, ¿cómo pueden haberte dicho eso? —transmitió extrañado Tony. Y consiguió cita inmediata con la Unidad de Rayos Gamma del hospital Ruber, que cuenta con un sofisticado aparato (parecido al Apollo XII), uno de los tres existentes en este país.

Cinco días después, acudí, nervioso a mi cita con el Apollo XII. Me bajaron al quirófano sin dilación. Fui intervenido durante tres horas, en las que mi cabeza permaneció “clavada” literalmente al sofisticado aparato. No hay otra manera de mantenerte absolutamente inmovilizado: se trata de que los rayos Gamma lleguen, directa y eficazmente, a cada uno de los tumores que se esconden bajo el cráneo. Crujen un poco los huesos craneales durante ese trabajo de perforación y apuntalaje. Por lo demás, la larga intervención transcurrió sin contratiempos. Ahí postrado, traté de hacer los minutos más cortos llenando mi mente de recuerdos gratos: pensé en mi mujer y su sonrisa única. En la suerte que tenía de que me acompañase por todo este calvario. En la valentía de estar en la agitada travesía junto a un enfermo grave como yo. Compartiendo las alegrías y los disgustos, las tensiones y las amarguras. También soñé que era protegido por mis perros, y el gato se subía encima del quirófano para acariciarme. Navegué por los paisajes de los bosques veratos y las quebradas graníticas de Gredos, que vi en el tono más azul que los había visto nunca. 

La máquina de rayos Gamma produce una radiación electromagnética. Debido a las energías que posee, constituyen un tipo de radiación ionizante capaz de penetrar en la materia más profundamente que las otras radiaciones. La cirugía Gamma-knife concentra múltiples rayos que se dirigen hacia las células cancerosas, con el objetivo de reducirlas o incluso eliminarlas. Los rayos se emiten desde distintos ángulos para focalizar la radiación en el tumor, a la vez que se minimiza el daño a los tejidos de alrededor

Durante las tres horas que permanecí anclado a la máquina, sin mover un músculo, pensé que se cumplían ya seis años tomando religiosamente todas las noches mis 60 mgs. de fármaco quimioterapéutico. Repasé las citas continuas en el hospital, los rostros de los sanitarios más amables. De ensayos clínicos frustrados. De escáneres, resonancias magnéticas y otras pruebas médicas. Mi operación de riñón, de hernia inguinal o mi portentosa hidrocele. Tantas horas en salas de esperas y tantos kilómetros de pasillos por estos centros mastodónticos. También recordé mis desayunos con kalanchoe, cúrcuma, el cannabis, el té kukicha, o las mil dietas naturistas. La homeopatía, la bioenergética, la sintergética. La meditación y el yoga. Me acordé de aquel chamán de Ciudad Real, que pretendía que fuera a vivir a la selva y, entretanto, consumiera a diario su nauseabundo caldo de raíces. O también mi odisea cubana en busca del veneno del escorpión azul. Y a la doctora Adéu, sus terapias y su gallinero… ¿Por cuántas pruebas y ensayos había pasado ya, en mis pocos años de doliente?, ¿cuántos experimentos había tenido que afrontar? Uno lo da todo por la vida, aunque tenga que tragar brebajes, consumir todo un herbolario de matas, o dejarse abrir en canal. Siempre hay algo que hacer para preservar la vida un poco más, hasta que inexorablemente llegue el fin.

 

[Informe evolutivo, dos años después de la metástasis craneal]

 

“Paciente tratado por esta Unidad de Radiocirugía (…). No ha sufrido nuevos problemas desde la última consulta, su enfermedad se encuentra controlada a todos los niveles. Mantiene una vida activa y normal, y no ha mostrado signos de deterioro cognitivo en este tiempo.

En este estudio no encuentro nuevas lesiones y la metástasis trazada en la ínsula frontal izquierda mantiene un volumen de 0,1 cm3, por lo tanto, sigue reducida en un 95%. Actualmente se trata de una pequeña captación lineal de contraste en el lecho de la lesión. La metástasis situada en el pedúnculo cerebeloso derecho tiene un volumen de 0,04 cm3 y se ha reducido en un 95%. No observo nuevas alteraciones (…). La evolución del paciente me parece muy favorable.”

 

Dedicado a la Unidad de Rayos Gamma del hospital Ruber Internacional, 
con el Dr. Roberto Martínez al frente.

viernes, 22 de noviembre de 2019

Lenguas autóctonas en Holanda

Holanda (Países Bajos) tiene como idioma oficial el neerlandés. Además, reconoce algunas lenguas provinciales y dialectos regionales:

El frisón, lengua cooficial en la provincia de Frisia, al norte del país. Algunos dialectos del bajo sajón neerlandés se hablan en gran parte del noreste del país, y reconocidos como lenguas regionales. Estos dialectos son hablados por 1.798.000 habitantes. Asimismo, hay una serie de movimientos en la provincia de Limburgo a favor de la oficialidad del idioma limburgués, hablado por 825.000 ciudadanos.

https://queidioma.com


miércoles, 23 de octubre de 2019

Gambusias

Mosquito anopheles
 

Losar de la Vera, Cáceres. 23 de octubre de 2019

Fiebre altísima y un fortísimo dolor de cabeza, que se prologarían durante toda la noche. Así, postrado en un camastro durante cuatro o seis días, no lo recuerdo bien. Agonizando. Era la segunda malaria que sufría en mi vida.

La primera fue al norte de Camerún, junto a mi compañero Álvaro. Él se puso mucho peor. Optamos por sacarle de la choza donde yacía delirante y trasladarlo a un lugar para atenderle, dos días de marcha camino del sur. Cuidados, descanso, buena alimentación. En unos días volvimos a estar en condiciones, algo precarias, de seguir ruta hasta Guinea Ecuatorial. Un mes de sosiego y playa en Bata, y algunos fármacos de quinina, contribuyeron a superar el problema.

Al menos hasta once años después, en que recaí de nuevo durante una misión humanitaria en el contexto de la guerra de Liberia. Mi cabeza estallaba de nuevo, como si la corriente eléctrica recorriera cada recodo de mi cerebro. Por suerte, pese al caos exterior, aquí me pilló rodeado de aquel equipo de compañeros franceses, que se mostraron solícitos en atenderme. Idéntica receta: reposo absoluto, dormir y buenos alimentos. Una semana de postración y a la calle.

La malaria o paludismo, es una enfermedad causada por la picadura de la hembra del mosquito “anopheles”. Estos mosquitos siguen matado a cientos de miles de humanos en amplias regiones de Asia, África y Latinoamérica. En España no se erradicó hasta la década de los 60. Había focos importantes en Levante, Cataluña, Huelva y, sobre todo, Extremadura. Ha habido varios intentos de obtener vacunas a lo largo de la historia, pero ninguna ha logrado superar todavía el 40% de eficacia. Las condiciones climatológicas y la abundancia de agua de la Vera y del Valle del Tiétar, hicieron que el paludismo encontrara aquí un enclave idóneo para su proliferación. Tras cuatro décadas de lucha sin tregua, se dieron por erradicados los últimos mosquitos en Rosalejo (1961).

Recientemente ha abierto sus puertas en Losar de la Vera, un Centro de Interpretación del Paludismo. Se trata del último dispensario que funcionó hasta 1968 y que cerró sus puertas una vez llegó la certificación oficial de erradicación. Aquí se atendía a los cientos de temporeros que acudían a la región y se suministraban tratamientos de quinina. También fue uno de los primeros centros que introdujo el suministro de un pez, la gambusia, que se usaba como agente de control biológico. Fue una medida que nace desde Extremadura: los peces eran transportados en un botijo y esparcidos en las charcas, pozas y gargantas, que con voracidad comían las larvas del mosquito, consiguiéndose eficazmente su eliminación. Hoy, este antiguo dispensario en la zona rural ha sido rehabilitado y su visita es altamente recomendable para conocer mejor la enfermedad y su historia.

In memoriam: la malaria que mató a Álvaro.

La malaria mata a decenas de miles de seres al cabo del año, ya se ha dicho. Incluso se ceba en algunos blancos, bien comidos y en forma. Es el triste caso de mi entrañable compañero Álvaro Hernández a quién, sin haber cumplido ni los 40 años, el paludismo se lo llevó de este mundo (año 2001), dejándonos el dolor profundo de su ausencia. Resultó infectado en Kenia, pero una vez regresado a España, el hospital que le atendió no supo, garrafalmente, darle la debida atención. Nuestro compañero Víctor, que vive desde hace años en Nairobi, siempre sostuvo como terrible ironía: “en un hospital africano se hubiera salvado”.

Viajé con Álvaro por el mundo entero, y esas vivencias compartidas nos hicieron grandes amigos. Su recuerdo sigue estando tan presente que, a menudo, cuando recorro aquellos paisajes que descubrimos juntos, me pareciera sentirlo todavía a mi lado, mirándome desde su hamaca. Llenándome de sentidos positivos con su desenfado y su divertida socarronería. Buscando siempre la manera inteligente de vivir, sin las complicaciones banales con las que solemos enredarnos los humanos. Era mi hermanazo, un gran tipo. Hasta hoy lo sigo echando de menos.