jueves, 8 de septiembre de 2011

Eslovenia

EN PREPARACIÓN


Ljubljana

miércoles, 6 de julio de 2011

I no voldré més cel que aquest cel blau


Port de Llançá, Girona

Si el món ja és tan formós, Senyor, si es mira
amb la pau vostra a dintre de l’ull nostre,
què més ens podeu dar en una altra vida?


Perxò estic tan gelós dels ulls, i el rostre,
i el cos que m’he donat, Senyor, i el cor
que s’hi mou sempre... i temo tant la mort!

¿Amb quins altres sentits me’l fareu veure
aquest cel blau damunt de les muntanyes,
i el mar immens, i el sol que pertot brilla?


Deu-me en aquests sentits l’eterna pau
i no voldré més cel que aquest cel blau 

(...)

Joan Maragall, Cant Espiritual

martes, 17 de mayo de 2011

Historia feliz

En la Vera

 

Estaba recién llegado de una de mis misiones africanas, muy cansado. Era mediodía cuando llamaron a la puerta. Salí a abrir en pijama y encontré a un joven bien plantado, de unos veinte años, serio, pero de expresión agradable. Desde el umbral, tomando aire, dijo contundentemente:

Soy tu hijo. No quiero nada, solo conocerte.

Me heló la sangre por unos instantes, pero aquel semblante noble transmitía un sentimiento que no tardó en atemperar la sorpresa. Lo miré fijamente a los ojos, unos segundos que parecieron minutos.

Mi respuesta salió espontánea: —No sé si darte la mano o un abrazo—. Realmente no sabía qué decir.

Pasó a casa, se acomodó en el sofá. Lo advertía nervioso pero decidido. Traté de que se encontrara a gusto; su presencia allí resultaba agradable. Me vestí apresuradamente, y propuse salir a dar una vuelta. Hicimos un largo paseo que acabó en las terrazas del café Gijón, y en el que tratamos de ordenar las piezas de mi vida desordenada. Era una mañana soleada y las calles de Madrid resultaban inusualmente sosegadas.

Tenía que llegar el día. Lo tuve siempre en la cabeza. Recordé, hacía años, cuando su madre vino a contarme su embarazo. Yo era un adolescente, un pringao, y no fui capaz de reaccionar como se espera de un adulto hecho y derecho. Aquello era un error, no me entraba en la cabeza. Meses después, supe que ella se había casado con otro.

Entre aquellos primeros momentos y el encuentro de ahora, había pasado mucho tiempo. Había transcurrido toda una vida, que ahora se hacía presente con toda emoción y un torbellino de desasosiego. Pensé, durante no sé cuánto tiempo, que había dedicado mi trabajo a proteger niños hambrientos y, sin embargo, no había sido capaz de preocuparme por mi propio hijo. Me sentía confuso. Venían a mi mente, de golpe, las caras de tantos chavales africanos o americanos por los que había luchado tanto. Y aquí tenía uno más, por fortuna sano y regordete. Y además sonriente. Tuve la sensación de que todo se revolvía en mi cabeza, dichosa vida revuelta que había llevado…

Tomamos varias cervezas. No paramos de hablar, sobre todo él. Con entusiasmo. Descongelamos el ambiente y nos regalamos nuestro mejor desenfado, para celebrar aquel encuentro especial. Resolvimos perdonar errores del pasado, por graves que fueran, y darnos un fuerte abrazo. Desde ese momento mágico, fuimos dando luz a una amistad que ha acabado siendo profunda. Establecimos que aquél sería nuestro asunto personal, y no alteraríamos la normalidad de la familia en la que él vivía desde su llegada al mundo.

Había ganado algo más que un hijo o un gran amigo. Hoy en día, cada vez que nos juntamos a comer sushi, o viene a pasar unos días a mi guarida verata, siento una gran satisfacción. A menudo acude flanqueado por su entrañable tribu: una piña formada por su mujer y sus dos pequeños hijos, que parecen ser felices. ¡Mis nietos! Resultan un grupo muy tierno. Quienes lo conocen de cerca, aprecian gran simpatía por él: mi mujer, mis hermanos, algunos amigos de confianza. Aunque todos coinciden que me supera ampliamente en genio y gracia. Por fortuna, no ha heredado varios defectos míos, como el enfurruñamiento o la melancolía existencial. Él tiene los pies sobre la tierra, es un trabajador nato y está dotado de la virtud de la ternura.

He tenido especial empeño en dar testimonio de todo esto que cuento aquí, aunque para la mayoría de mi órbita no sea ninguna novedad. No me interesan ni los prejuicios ni los juicios morales. Las comprensiones o las incomprensiones que pudieran haberse ocasionado en mi entorno. La sangre siempre acaba reencontrándose.

Esta es una historia que me hace feliz. Es mi historia. Es nuestra historia. Así, entre relatos de conflictos y miserias humanas salpicando cada una de estas páginas, este es un capítulo en positivo. El más importante que he querido escribir, independientemente del lugar que ocupe en este blog.


miércoles, 2 de marzo de 2011

Eslovaquia

En 1992, el Partido Cívico Democrático y el Movimiento por una Eslovaquia Democrática obtuvieron la mayoría en sus respectivas repúblicas. La negociaciones en torno a un estatuto se vieron frustradas y checos y eslovacos decidieron la escisión. Eslovaquia y la República Checa confirmaron su separación.

La hermosa Praga

 
 
En 1992, el Partido Cívico Democrático y el Movimiento por una Eslovaquia Democrática obtuvieron la mayoría en sus respectivas repúblicas. La negociaciones en torno a un estatuto se vieron frustradas y checos y eslovacos decidieron la escisión.
 
Praga, la capital, es una de las ciudades más bellas de Europa, fue declarada Patrimonio Histórico en 1992.


 
 

domingo, 6 de febrero de 2011

Bajo la losa del destino

Port-au-Prince, Haití

Desde las colinas del barrio alto de Petion Ville, contemplo barriadas en ruinas y esa sucesión de campamentos que albergan miles de familias que sobreviven hacinadas bajo una carpa de plástico. Necesito pararme a respirar por un instante y tratar de tomar conciencia del desastre que se extiende ante mis ojos.

12 de enero de 2010. 16:53h. Durante 38 segundos de pánico la tierra sacudió con furia el sur de Haití. Un brevísimo lapso de tiempo que sepultó para siempre la vida de 316.000 personas y dejó heridas a otras 350.000. Todas las cifras de la catástrofe resultan abrumadoras, difíciles de dimensionar: 1,5 millones de personas sin techo, medio millón de desplazados, 44.000 mutilados, centenares de escuelas, hospitales, mercados, iglesias y edificios de todo tipo destruidos, entre ellos 250.000 viviendas. 10 millones de m³ de escombros, el 70% de la economía arruinada... Todo ello en el país más pobre de América, donde ya antes del terremoto la miseria extrema golpeaba al 65% de la población y el 47% sufría desnutrición crónica.

Sin embargo, un año después, los haitianos son capaces de saludarse con optimismo cada mañana:
 
Comán uyé?” ―se preguntan unos a otros con una sonrisa. Y la respuesta es invariablemente en positivo: 
“Je suis en forme!”, ―como si la losa del destino no pesara nada cada amanecer.

Sin duda lo que más me impresiona, en medio de este caos, es esa atmósfera de cotidianeidad resignada que parece haber calado en los haitianos frente a tanta desgracia. La vida continúa pese a todo, y el palpitar de la ciudad consigue seguir vibrando sobre sus ruinas. Las calles de Port-au-Prince, invadidas por montes de escombros y basuras, son un hervidero de gente en movimiento, entorno a una hilera interminable de centenares de vehículos y camionetas, colapsados en el más formidable de los atascos.

Impacto geográfico del terremoto
                                                              Impacto geográfico del terremoto

* Evaluación de la respuesta de la Oficina de Acción Humanitaria de la AECID, que realizamos un año después:

jueves, 2 de septiembre de 2010

28 años nos contemplan

Desde lo alto de estas pirámides, un salto de 28 años me contempla
2010
1982


martes, 13 de julio de 2010

Islas Fiji

Islas Fiyi (texto pendiente)

 Fiji Maps & Facts - World Atlas

jueves, 10 de junio de 2010

Antípodas de la crisis

 
Isla de Efate, archipiélago de Vanuatu. 2010

Me he topado de bruces con la crisis. Después de un mes viajando con buen viento por los archipiélagos del Pacífico Sur, he vuelto a Madrid por el otro hemisferio, y todo mi sosiego ha estallado en pedazos. Nada más aterrizar en Barajas. Y tengo que decir que ha sido igual que si se me cayera encima una losa pesadísima, justo al volver a casa. Aterrizado en el aeropuerto, ya el taxista se ha deleitado todo el trayecto narrándome el agrio panorama del sector: —“más jodido que nunca” —iba diciendo. Y en la COPE, aunque pedí cortésmente que bajara el volumen, se oía vociferar a un periodista proclamas contra el Gobierno, “porque —alcancé a escuchar— nunca España estuvo peor”.

“La crisis, la puta crisis” —me ha espetado al oído un viejo amigo, mientras pedía un préstamo. Y en el bar de la esquina no se hablaba de otra cosa. Hasta Luis, el camarero, ha justificado con ese mismo argumento, la tapa tan rácana de maní que se ha largado hoy con las cañitas del mediodía. Luego, en un restaurante de postín, y atiborrado de clientela, he arrimado la oreja a las mesas de alrededor y también he constatado que el tema recurrente, en boca de todos, no dejaba de ser este maldito trasunto de la incertidumbre, el pesimismo, las alarmas, el hundimiento del Ibex, la prima de riesgo…

“Estas Navidades, en la casa de la Sierra” —ha dicho mi vecina en el ascensor. Su hijo, el pobre, en un arrebato que pretendía resultar conmovedor, ha dicho que este fin de año va a pedir la mitad de los juguetes a los Reyes Magos. “Porque seguro que ellos también lo están pasando mal”. Ni con el periódico he logrado relajarme, al final de la jornada: si sigo leyendo la prensa acumulada de estos días, me arriesgo a caer en el desánimo generalizado de este invierno nefasto. La ciudad, más fría, sucia y gris que nunca… tanto rollo con la crisis. Qué pesadez. Con lo a gusto que estaba yo en la Melanesia, tumbado en las playas frente al océano y bajo los cocoteros. He dado de bruces con la sicosis agónica de la crisis, como si no fuera poco el castigo que tengo, tras tan largo viaje, con el desajuste de los horarios, la rudeza de este clima invernal y el trastoque de escenarios cotidianos.

Ay, qué lejos estaba el archipiélago de Vanuatu. No solo en las distancias, sino de todos estos sinsabores que uno ya no sabe qué tanto tienen de realidad o de apariencia. Y no voy a caer en el tópico de pintar esas islas del Pacífico como si de un paraíso se tratara. No, no estoy hablando de Bora-Bora, en la Polinesia, o de los atolones de cocoteros de la Micronesia. Me refiero a unas islas que han permanecido mudas ante el devenir de los tiempos desbocados de Occidente. Sumidas en el aislamiento y su inaccesibilidad. Con el lento transcurrir de sus alegrías y miserias… Las antiguas Nuevas Hébridas francobritánicas. Entre el archipiélago de las Salomón, Nueva Caledonia y las islas Fiyi. He tenido oportunidad de ir saltando de atolón en atolón por este puñado de 83 islas volcánicas, que asoman con su vegetación selvática en las profundidades del Pacífico. Doscientos mil pacíficos habitantes, que hace menos de 30 años se constituyeron como estado independiente. En realidad, hasta estas islas benditas, hasta sus apacibles costas coralinas, a los poblados de chozas escondidos en la espesura, la crisis también les está llegando ya. Pero es otra crisis todavía mucho más descarnada, porque de la noche a la mañana, del fuego y el hacha de piedra, han irrumpido desde hace apenas años, casi meses, todo un aluvión de multinacionales y de sagaces especuladores australianos y chinos con hambre de nuevos mercados. Entre otras modernizaciones se han empeñado, a golpe de billetera, en imponer el uso de los teléfonos móviles. Todos enganchados al aparato, aunque no haya para pagar las tarifas, una vez han volado las ofertas. Me suena demasiado familiar. Tristemente, pero me suena. Sin embargo, ahora es difícil encontrar las lentas embarcaciones tradicionales que lleven de isla en isla, pero las avionetas cubren casi todos los rincones del archipiélago. De isla en isla en apenas minutos. Incluso las islas de la Santa Cruz, aunque sea solo cada quince días. Los habitantes de lo que era un país tranquilo y olvidado, son presas, cada vez más, de las prisas, los agobios, el imperio del dinero: el turismo, las hordas del bronceador, los resorts, la prensa con sus malas noticias. La subida de los precios y el encarecimiento de todo. Eso que llamamos progreso, y por lo que nosotros ya hemos ido pasando, mucho más lentamente, a lo largo de las últimas décadas o siglos. Dicen los pocos europeos que viven por allí, que de un tiempo a esta parte la sonrisa de los vanuatuenses ya no es la misma. Aunque al llegar al aeropuerto de Port Vila, te suma el arrullo de la música de banda de cuerdas, que combina guitarras, ukelele y canciones populares. Y un enorme cartel de Vodafone muestre dos “salvajes” en taparrabos hablando entusiasmados por uno de esos teléfonos de último modelo.

No nos engañemos. A las pacificas gentes de Vanuatu se les viene la crisis encima. La crisis verdadera, la que te cambia la sonrisa, la calma, la vida entera. La crisis económica que nos dibujan los Medios es tan solo una situación, pasajera o no, que tal vez nos haga más pobres, más pesimistas, taquicárdicos. Ya no hay refugio para la crisis, ni tan siquiera en los remotos archipiélagos del Pacífico que eran, hasta hace poco, nuestras antípodas existenciales. En la Melanesia, justo al otro lado del planeta. Sin epidemias ni hambrunas. La vida básica y natural de los mercados en cada aldea. A la sombra de los cocoteros, junto a los que emergen restos de buques hundidos en la II Guerra mundial. Aquella guerra pasó muy cerca de estas islas hasta entonces ocultas. Pero ahora ya no es la Guerra mundial. Ahora es el arrollador avance del “desarrollo”. El violento aterrizaje del “progreso”, con la alteración virulenta del modelo de vida sosegado. El lugar que decían que era “el más feliz del mundo”. Donde todavía no hay mejor regalo para homenajear a un amigo que un buen puerco de pura raza.

He recorrido varias islas del archipiélago: Pentecostés, Malekula, Espíritu Santo… qué hermosos topónimos. De origen volcánico, sus montañas están pobladas de junglas y rodeas de playas de fina arena. Una de las que más me ha impresionado ha sido la isla de Tanna, que casi he recorrido entera a pie. El volcán Mount Yasur se abre sobre la tierra expulsando lava continuamente. Algunas de sus aldeas están siendo celosas con la conservación de su tipo de vida tradicional. Se conocen como kastom (del inglés custom, costumbre) y en ellas están prohibidos los inventos modernos. Los hombres usan kotekas, un fetiche de larga y ahuecada calabaza que se insertan en el pene, y que van meneado por toda la aldea, altivamente y con pausado vaivén. Así, bien envainados, los “estuches peneanos” sirven de protección contra los espíritus malignos. Tal vez esa es una de sus claves para protegerse contra las crisis, contra los bruscos cambios del devenir. Mantener algunas tradiciones como esta. Cosa de sabios. Y no hay más que comparar la sonrisa de orgullo, esgrimiendo su alargada calabaza, al codearse con los jóvenes que llegan a la aldea vestidos con los jeans, luciendo gorras de beisbol, y con el último modelo de celular vendido por Vodafone.

Mis amigos de la isla de Efate

domingo, 30 de mayo de 2010

Australia

Texto pendiente

Australia 02 sello pegatina bandera redonda para el libro imagen 1

domingo, 24 de enero de 2010

Marabunta en la ciudad maravillosa

La ciudad más fantástica de América Latina. Extendida de manera inverosímil entre ciclópeos morros de basalto, abocada al cálido océano y con una exuberante vegetación selvática, allá donde todavía quede un resquicio de suelo.  Pocas urbes en el continente me producen mayor sensación de euforia. Es una sintonía irreal bajo el sol brillante: rocas negras, jungla esmeralda y mar nítidamente azul. 

En realidad, el Gran Río es una ciudad interior y oculta. La mayor parte se desparrama por la inmensidad de los barrios, más allá de la bahía de Guanabara, y pasa inadvertida para los turistas. No podría ser de otra manera. El mar ejerce su poderoso influjo. El sofocante calor no invita a fundirse con el cemento y el asfalto del caótico meollo de Río y sus extensas barriadas y edificios.Me fascina recorrer a pie los kilómetros de franja litoral a lo largo de la orla en la que se van sucediendo, interminablemente, las playas de Flamingo, Botafogo, Urco, Copacabana, Ipanema, Leblon… ¡Pero ojo! No siempre impera la atmósfera idílica de arena limpia y cocoteros con la que sueño. ¡Siempre no! 

Sin ir más lejos, ayer mismo, día de Sâo Conrado, un domingo cálido de enero, me pasó. Antes de que el calor comenzara a apretar, la inmensidad de Ipanema se había ido poblando de sombrillas amarillas. Primero por decenas, después por miles y más tarde, por decenas de miles hasta cubrir toda la arena. En cuestión de horas el hormiguero humano había poblado hasta el último centímetro de espacio libre. Ahora, debajo del mar de sombrillas, miles de cuerpos morenos se rebozan en la arena o abren, una tras otra, latas y botellas de cerveza Antártica. Y la orilla se convierte pronto en un enjambre longitudinal de cabezas, se diría que arrojadas como despojos de entre la multitud.