jueves, 18 de junio de 1981

El expreso de Damasco

Estación de autobuses de Alepo, Siria


miércoles, 6 de mayo de 1981

En el ferry de Esmirna a Atenas

Puerto de Izmir

Regreso de Turquía, camino de Grecia

Pablo, colega arábigo, Vítor, Rafa y Alvaro

lunes, 28 de julio de 1980

La sirenita de Andersen

( PENDIENTE )


sábado, 26 de julio de 1980

Estrategias de autostop

Atuendo de autostopista desesperado: pañuelo en la cabeza, una barra de pan bajo el jersey
a modo de protuberantes pechos y oscilar con salero un poquito las caderas, especialmente
al paso de los camiones

 

En algún lugar de las carreteras de Suecia. 26 de julio de 1980

¿Alguien se acuerda del autostop? Remotamente, ¿verdad? Hasta es posible que a las nuevas generaciones les resulte extraño conocer que, en otros tiempos, podías viajar gratis, gracias a la buena voluntad de algunos conductores. Era un recurso normal asomarse a la carretera y esperar que te llevara cualquier vehículo entre los que pasaran. Sin protocolo alguno. Antes o después, te acercaban generosamente a tu destino, sin más formalidad. Estaba convenido que, si ponías a la vista la mano con el pulgar hacia arriba, estabas pidiendo que te subieran. Una manera fácil y barata de viajar. Incluso divertida, la mayoría de las veces. Creo que ya casi nadie se mueve así, a no ser en casos excepcionales. Por desgracia, con los años fue cundiendo la idea de que el autostop podía resultar peligroso, tanto para el que conduce, como para el amablemente transportado. Que si robos, que si violaciones, todo tipo de gente indeseable al acecho. Mucha exageración, desde luego. ¡El que quiera moverse que se pague un taxi, carajo! Lo cierto es que el mundo se nos ha acabado haciendo pequeño en su corazón, y lo que era una magnífica herramienta de convivencia, se nos fue al garete sin darnos casi cuenta.

Yo era de los que recorrieron mucho mundo en autostop: España entera, con numerosos itinerarios. Toda Europa, de sur a norte. Incluso Marruecos. Después, cuando dispuse de coche, obviamente actué en consecuencia y acostumbré a parar a viajeros que lo requerían. Hacía como todos, escaneaba en segundos al personaje en la carretera y, si superaba unos aparentes límites de buena pinta, frenaba y lo llevaba encantado. Fueron mínimas las malas experiencias (tengo en mi memoria un tipo melenudo que olía muy mal), frente a múltiples encuentros cordiales: apoyos a jóvenes mochileros, trabajadores acudiendo a remotos lugares de empleo, etc. Gente escasa de recursos económicos, por lo general. Recuerdo que mi última vez ha sido hace bien poco: en medio de la soledad de los campos de tabaco que atraviesa la carretera de Rosalejo (Cáceres), un anciano magrebí pedía ayuda para movilizarse. Sin autobuses y demasiado mayor como para una larga caminata. No lo dudé y colaboré al viejo para cubrir apenas 16 km, en los que no abrió la boca. No sé cuánto habría tenido que permanecer esperando. Quizás la gente del lugar recurra al autostop, pero yo nunca lo he visto. No obstante, sentí satisfacción al hacerlo. Al bajar, se deshizo en expresiones árabes de gratitud. Por el retrovisor, vi a aquel hombre encorvado entrar en un humilde cobertizo, al reencuentro de su familia.

El siguiente párrafo es una muestra de los tiempos pasados: he extraído del texto de una vieja libreta de apuntes, el modo en que me fui desplazando un fin de semana de excursión por La Mancha. Todo el trayecto en autostop, durante dos días que se resumen aquí de modo dinámico. En solitario y apenas con un morral por equipaje:

Metro hasta Legazpi / autobús fuera 10 km de la ciudad / 1:30 h. en la carretera de Andalucía / un mini me lleva a Pinto, 10 km / a los 10 minutos una pareja hasta Quintanar de la Orden, a 110 km / En 15´ ya estoy en El Toboso / 9 km a Campo de Criptana / sigo a pie / a 3 km me recoge un joven en moto / luego seguí andando otros 6 km / un camión acaba el recorrido / un joven me saca en su moto a unos 3 km del pueblo / con unos jóvenes en sus motillas vamos a Alcázar de San Juan / al día siguiente recogida inmediata a Tomelloso, 32 km / tampoco fue difícil llegar a Argamasilla de Alba, a 10 km / me llevan a las Lagunas de Ruidera / vuelta al pueblo, espera de 20´, no pasa nadie / hasta que alcanzo Manzanares / En la N-IV, a los 20 minutos, recogido por una chica que me dejó directamente en mi casa de Madrid. (13 y 14 de mayo de 1978): 

Impresiona verlo así, telegráficamente. A mis 17 años, con dificultad hubiera costeado esa hermosa gira que realicé por las llanuras manchegas, si no fuera abaratando al máximo los transportes en ruta. De pueblo en pueblo, sin problemas. Charlando, recibiendo consejos y aprendiendo cosas sobre la región. Además, los desplazamientos eran rápidos, con lo cual se conquistaba un tiempo precioso para pasear sin prisas por El Toboso, o Campo de Criptana y sus molinos.

 

De arriba abajo, Gonzalo, Víctor, Alfonso y Pablo, en Goteborg

Un par de años después, en verano, nos animamos cuatro amigos, a trazar un itinerario en autostop por Europa Occidental. Eso ya eran palabras mayores. Convenimos ir formando, consecutivamente, grupos de dos, y nos íbamos citando en lugares clave del continente: París, Ámsterdam, Copenhague. En un mes, llegamos hasta Trondheim (Noruega), ya acercándonos al Círculo Polar Ártico. En trayectos más largos o más cortos, pero siempre en autostop. Cada uno con su buena mochila de arneses, acumulando ropa sucia. De allí, emprendimos ruta de vuelta. Comíamos muy básicamente, tras compras austeras en los supermercados que aparecían por el derrotero. Durmiendo en parques y estaciones de tren. Recuerdo, ya retornando, la última y alocada noche en los voladizos de La Concha donostiarra, junto a los vagabundos locales. También alguna trifulca con policías de turno. Pero, sobre todo, la agilidad con que nos movimos por el continente. Siendo cuatro, sin apenas presupuesto, y con su buena mochila cada uno.

Donde más dificultades tuvimos para movernos fue en Escandinavia ¿Quién nos iba a decir que Noruega y Suecia se mostrarían de los más insolidarios, a la hora de recoger jóvenes que viajaban por Europa con escaso presupuesto?, ¿Tal aspecto greñudo mostrábamos ya, a esas alturas de viaje? Lo cierto es que habíamos tardado más de cuatro días en cubrir los 600 km que median entre Skien y Trondheim, hacia el norte. Incluso el rumbo que fuimos tomando hacia el este, por tierras de Suecia, resultaría todavía más desesperante, si cabe. Las horas transcurrían aburridas en las orillas de carreteras principales, hiciera frío, lluvia o sol abrasador. Pero por aquí ningún dichoso conductor se apiadó de nuestra condición de viajeros mochileros. El autostop podía ser una buena manera de moverte por el mundo cuando no había un duro en el bolsillo… O no. Según qué regiones. Pero no por menesterosos íbamos a dejar de seguir explorando territorios cercanos y lejanos. 

El caso es que ya desde estas latitudes se va imponiendo enfilar el regreso a casa, porque el presupuesto estaba en números rojos. Puedes viajar aprovechando la generosidad de otros, vale. Incluso dormir de parque en parque, o en las estaciones de tren, cuando aprieta el frío. Pero comer se complica un poco más y, en verdad, ir de gorra acaba resultando un engorro y, además, una manera de pasar hambre canina. Era penosa la lentitud al moverse por estos lugares si, como nosotros, no había más remedio que azuzar el dedo y esperar en la cuneta a dar con los escasos buenos corazones que iban al volante. Tan es así, que recurríamos a estratagemas desesperadas. Por ejemplo, en ocasiones se colocaba uno un pañuelo en la cabeza y una barra de pan bajo el jersey, a modo de protuberantes pechos. Era cuestión de oscilar con salero un poquito las caderas, especialmente al paso de los camiones. A veces funcionaba, pero se pasaba mucha vergüenza.

Finalmente, apareció en ruta una vía férrea que recorrimos hasta la estación próxima. Con el primer tren, optamos por subirnos sin billete, lo que al rato provocó el esperable incidente con el revisor. Tras minutos de discusión éste, desesperado, nos dejó por imposibles. Habíamos acordado permanecer tercamente aferrados a nuestra negativa a gastar una sola corona. Con aquel tren, en unas tres horas estaríamos en Göteborg y sin desembolsar un duro. Estábamos eufóricos logrando desatascar nuestro viaje y, además, hacerlo de aquella manera tan confortable. El vagón era calentito y marchaba a toda velocidad. Al extremo del mismo había un cuarto de baño mínimo por el que fuimos desfilando para completar un buen aseo en su lavabo. Ya en la ciudad sueca buscaríamos algún parque donde esconder el equipaje hasta la noche, y salir al descubrimiento de cada nuevo lugar interesante. 

Pero al llegar a la estación final, cuál fue nuestra sorpresa al comprobar que varios policías nos estaban esperando en el mismo andén. A pie de vagón. Según bajamos, con sus porras amenazantes, fueron señalando la salida. Con muy mala leche, nos impidieron permanecer en aquel lugar, lo que significaba dejarnos irreparablemente en el túnel de acceso al ferry a Dinamarca. En definitiva, nos estaban expulsando de Suecia. Sin más dilación. Por listillos. Imponderables de viajar por la cara.

miércoles, 23 de julio de 1980

El corazón de Europa

Luxemburgo


viernes, 2 de noviembre de 1979

Al sur de Granada

Capileira, Barranco de Poqueira

La lectura del mítico libro de Gerald Brenan Al sur de Granada, levantó mis primeras pasiones antropológicas y probablemente las andariegas también.
 
Teniendo la magnífica base de la casa de mi abuela en la otra vertiente de la Sierra Nevada (Dólar, en el Zenete), recorrí toda las Alpujarras a pie y en solitario, no sin percances. Y unos cuantos años después resolví irme a vivir a Granada (1985), rendido a la fuerte atracción que siempre ejercieron en mi las tierras de Oriente de Andalucía.

jueves, 12 de abril de 1979

Busco a unos novios que se casaron en Jaén


Busco a unos novios que se casaron en la ciudad de Jaén, creo recordar que en la Semana Santa de 1979. Sí, ha llovido mucho desde entonces, pero nunca es tarde para un bondadoso gesto de reparación. Al fin y al cabo, estoy en deuda y el sentido de la gratitud es de los que no se puede perder. Aunque sea con 38 años de retraso.

Nos colamos en vuestra boda, en pleno fragor festivo y con las bandejas de comida humeando entre las filas de mesas. No sé si algo así se recuerda fácilmente o se olvida para siempre a lo largo de los derroteros de toda una vida de matrimonio. Fue una noche lluviosa en la que vagábamos los tres amigos por las calles de Jaén, en espera de pasar la noche guarecidos en la estación de Renfe y tratar de regresar a Madrid en autostop al día siguiente. 

Teníamos hambre, bastante hambre. Y marchábamos agotados por el peso de las mochilas y tras haber caminado durante días por un fantástico sinfín de montañas de Andalucía. Tres jóvenes montaraces con el rumbo un poco torcido. Faltos de un corte de greñas, de una buena ducha, y de ropas más aparentes que aquellas tan sucias y sudadas.

Gonzalo y el pueblo de Velefique, en la sierra de Alhamilla (Almería)

Al pasar por el local de una calle del centro jienense, la algarabía atrajo con fuerza nuestra atención. Y no solo el barullo y la música, sino el olor a manjares que de allí salía. Así que no me extenderé en detalles para contar que, ni cortos ni perezosos, y empujados por el instinto de supervivencia, nos sumergimos en la fiesta con decisión, sin conocer a nadie, y que al rato éramos unos comensales más compartiendo risa, mesa y comida, codo con codo con la nebulosa de invitados de una parte y de la otra. 

No negaré que percibimos el estupor a nuestro alrededor. Pero también recuerdo, muy nítidamente, una bandeja de albóndigas deliciosas que devoramos en segundos. Y me temo que mantuvimos el ritmo ante siguientes platos que fueron llegando. No sé si las viandas fueron muchas más porque, pasado el tiempo, se nos acabó acercando un camarero que nos preguntó discretamente si estábamos allí de la parte del novio o de la novia. 

Lo cierto es que recuerdo que, antes de ser rodeados por los demás camareros, ya camino de la puerta de salida, todavía alcanzamos a pedirle al fotógrafo que nos retratara con la pareja de contrayentes que, sorprendidos en su mesa presidencial, junto a padres y padrinos, no supieron muy bien si sonreír o indignarse ante aquella inesperada irrupción de extravagantes invitados que nadie reconocía.

Por todo ello, en primer lugar deciros, pareja de novios, que deseo que vuestro matrimonio haya sido muy fructífero y feliz. Y en segundo lugar, que me gustaría mucho poder devolveros el favor e invitaros a comer en mí casa cualquier día, en cualquier ocasión. Albóndigas y lo que haga falta. De bien nacido es ser agradecido.

martes, 11 de julio de 1978

Aprendiz de vagaMundo



Aldea abandonada de las Aneas (Sierra de los Filabres, Almería)
Con Vítor, en marcha.
Obsérvese la carga de mochilas de 30 kg. Definitivamente, eran otros tiempos


lunes, 10 de octubre de 1977

Primer amor


Mi Mariquilla

jueves, 1 de octubre de 1970

Feliz primer día de clase

Octubre de 1967

 Esta fotografía están tomadas en 1967, pero Blogspot solo permite introducir una fecha hasta 1970 y no tan remota como lo son en realidad. No podemos ser tan viejos !!

sábado, 5 de septiembre de 1970

Aquellos días de la infancia...

1966. Con mi hermano Carlos en el pueblo de Dólar, en Sierra Nevada, disfrutando de la acogida de la abuela Dolores y mis titos Encarna y Juan.

Estas fotografías están tomadas en 1966, pero Blogspot solo permite introducir una fecha hasta 1970 y no tan remota como lo son en realidad. No podemos ser tan viejos !!