Hospital
Ruber Internacional, Madrid.
Clavaron mi cabeza a una nave espacial. Así fue. Alguno pensará: “lo que le faltaba a este hombre, un viaje a través del espacio sideral”. Pero no ha sido exactamente así. Como aficionado a la astronomía, puedo deciros que no se ha parecido en nada a aquellos míticos vuelos espaciales de Armstrong o Gagarin.
Antes de la Navidad de 2018, recibí una fría citación de la sección de Radiología del hospital: “preséntese el día 22 de diciembre en la sala C para realizar Resonancia Magnética craneal”. Era la primera noticia de que mi enfermedad se hubiera extendido a la cabeza. Se me heló la sangre con las novedades. Cuando los padecimientos se hacen largos en el tiempo, cualquier cambio de diagnóstico —y este se presentía grave— es como un terremoto.
Llegado el momento de la citación, el radiólogo esperaba con un discurso muy breve: en seis días me harían una mascarilla para anclarme a la camilla del aparato de Rayos X. Me radiarían 5 minutos, a las 15h en punto, durante 15 días seguidos. Parecido a los pollos que se brasean en una máquina, pero sin dar tantas vueltas. Lo cierto es que el personal que me atendió, lo hizo con mucha amabilidad y simpatía. Eso lo agradecemos siempre los pacientes, que acudimos a estos eventos con bastante temor.
Al cabo de los 15 días, volví a citarme con el radiólogo, que fue al grano y sin pelos en la lengua:
—Hemos aplicado estas radiaciones a modo de paliativo. Ya no queda más que hacer—. Y se quedó tan ancho, pero yo recibí la noticia como una patada en el estómago. O en el cerebro. “No hay nada más que hacer” y las palabras quedaron suspendidas por los pasillos del hospital.
Regresamos a nuestra guarida verata con el anhelo de que los bosques, los pájaros, nuestros perros y gatos, contribuyeran a aliviar la pesadumbre que nos embargaba. Ese domingo compartimos unas cervezas con nuestros vecinos, y casi sin terminar de contarles las últimas novedades, Álvaro ya estaba llamando a su hermano Antonio, eminente neurólogo:
—¿Que no hay nada más que hacer?, ¿cómo pueden haberte dicho eso? —transmitió extrañado Tony. Y consiguió cita inmediata con la Unidad de Rayos Gamma del hospital Ruber, que cuenta con un sofisticado aparato (parecido al Apollo XII), uno de los tres existentes en este país.
Cinco días después, acudí, nervioso a mi cita con el Apollo XII. Me bajaron al quirófano sin dilación. Fui intervenido durante tres horas, en las que mi cabeza permaneció “clavada” literalmente al sofisticado aparato. No hay otra manera de mantenerte absolutamente inmovilizado: se trata de que los rayos Gamma lleguen, directa y eficazmente, a cada uno de los tumores que se esconden bajo el cráneo. Crujen un poco los huesos craneales durante ese trabajo de perforación y apuntalaje. Por lo demás, la larga intervención transcurrió sin contratiempos. Ahí postrado, traté de hacer los minutos más cortos llenando mi mente de recuerdos gratos: pensé en mi mujer y su sonrisa única. En la suerte que tenía de que me acompañase por todo este calvario. En la valentía de estar en la agitada travesía junto a un enfermo grave como yo. Compartiendo las alegrías y los disgustos, las tensiones y las amarguras. También soñé que era protegido por mis perros, y el gato se subía encima del quirófano para acariciarme. Navegué por los paisajes de los bosques veratos y las quebradas graníticas de Gredos, que vi en el tono más azul que los había visto nunca.
La máquina de rayos Gamma produce una radiación electromagnética. Debido a las energías que posee, constituyen un tipo de radiación ionizante capaz de penetrar en la materia más profundamente que las otras radiaciones. La cirugía Gamma-knife concentra múltiples rayos que se dirigen hacia las células cancerosas, con el objetivo de reducirlas o incluso eliminarlas. Los rayos se emiten desde distintos ángulos para focalizar la radiación en el tumor, a la vez que se minimiza el daño a los tejidos de alrededor
Durante las tres horas que permanecí anclado a la máquina, sin mover un músculo, pensé que se cumplían ya seis años tomando religiosamente todas las noches mis 60 mgs. de fármaco quimioterapéutico. Repasé las citas continuas en el hospital, los rostros de los sanitarios más amables. De ensayos clínicos frustrados. De escáneres, resonancias magnéticas y otras pruebas médicas. Mi operación de riñón, de hernia inguinal o mi portentosa hidrocele. Tantas horas en salas de esperas y tantos kilómetros de pasillos por estos centros mastodónticos. También recordé mis desayunos con kalanchoe, cúrcuma, el cannabis, el té kukicha, o las mil dietas naturistas. La homeopatía, la bioenergética, la sintergética. La meditación y el yoga. Me acordé de aquel chamán de Ciudad Real, que pretendía que fuera a vivir a la selva y, entretanto, consumiera a diario su nauseabundo caldo de raíces. O también mi odisea cubana en busca del veneno del escorpión azul. Y a la doctora Adéu, sus terapias y su gallinero… ¿Por cuántas pruebas y ensayos había pasado ya, en mis pocos años de doliente?, ¿cuántos experimentos había tenido que afrontar? Uno lo da todo por la vida, aunque tenga que tragar brebajes, consumir todo un herbolario de matas, o dejarse abrir en canal. Siempre hay algo que hacer para preservar la vida un poco más, hasta que inexorablemente llegue el fin.
[Informe evolutivo, dos años después de la metástasis craneal]
“Paciente tratado por esta Unidad de Radiocirugía (…). No ha sufrido nuevos problemas desde la última consulta, su enfermedad se encuentra controlada a todos los niveles. Mantiene una vida activa y normal, y no ha mostrado signos de deterioro cognitivo en este tiempo.
En este estudio no encuentro nuevas lesiones y la metástasis trazada en la ínsula frontal izquierda mantiene un volumen de 0,1 cm3, por lo tanto, sigue reducida en un 95%. Actualmente se trata de una pequeña captación lineal de contraste en el lecho de la lesión. La metástasis situada en el pedúnculo cerebeloso derecho tiene un volumen de 0,04 cm3 y se ha reducido en un 95%. No observo nuevas alteraciones (…). La evolución del paciente me parece muy favorable.”