(Elegía para un buen amigo)
Albaicín, Granada. 15 de diciembre de 2015
Nicolás, chirimollero de Motril, hombre lúcido, docto en leyes, gran melómano. No sé si tu genialidad se fue asemejando cada vez más a la locura, o fue al revés. Qué grande eres, pero qué lejos te has ido, mi buen camarada. ¿Quién va a guiar mis pasos ahora por las callejuelas estrechas y empinadas del Albaicín, cada vez que sienta la llamada de mi tierra sureña?, ¿quién pollas me va a deleitar con aquella charla apasionada y llena de sabiduría? Esa socarronería andaluza con la que, a veces, recordabas a mi padre y otras, casi me asustaba la malafollá contenida en tus ocurrencias ¿Y quién va a ser capaz de llevarme en volandas, durante tardes y tardes, de taberna en cantina, las bodegas más genuinas, las más recónditas? Aquellas últimas tascas que todavía quedan en Granada, y que solo un ilustrado en incontables noches de vino y jarana, como tú, era capaz de conocer.
Fantástica ciudad de tantos sueños. No será lo mismo sin ti, que siempre estabas esperando en tu blanca atalaya de horizontes infinitos. Asomado a la baranda del callejón de Los Negros, 10. A dos pasos de la plaza de San Miguel Bajo y del mirador de Quirós. Aquel inolvidable terrao, rodeado de cactus, donde nos hartamos de beber y comer, oteando ensimismados la Alhambra y el ábside de la catedral, enmarcadas en el telón de Sierra Nevada. Vivías allí como un anacoreta, sempiternamente estudiando oposiciones y fumando kilos del mejor hasshisi de Ketama. Que encuentres sosiego allá donde te has ido.
Contigo se me va parte del embrujo cautivador que siempre tuvo Granada para mí.