Soy un sibarita, debo confesarlo. ¿Dónde está aquel mochilero que dormía enfundado en un saco por tugurios, albergues y estaciones de tren?, ¿qué ha sido del aventurero que se arreglaba con restos de bocata o una triste lata de guisantes para almorzar y tirar pa'lante?. La vuelta al mundo con la billetera siempre menguada, estirando el último billete.
Aquí estoy, otra vez perdido en un país azotado por conflictos e inviernos infernales, pero desde luego no cambio desayunos como éste por todo el oro del mundo. Es lo que nos suele pasar a los paletos: al más mínimo asomo de lujo al alcance de nuestra mano, nos lanzamos compulsivamente al atracón. Sobre todo cuando se trata de las latas de caviar que vende la señora Ivanna, a precio de saldo, en el mercado Besaravsky, al final de la calle Khreshatik, arteria principal de la capital ukraniana.