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Mi buen amigo el Dr. Jaulín Plana |
Hospital MD Anderson. Madrid, España. 6 mayo, 2014.
Primavera de 2014: me operan de una nefrectomía radical aplicada con maestría por los cirujanos del hospital MD Anderson Cancer Center de Madrid. En un par de horas me extrajeron entero el aparato renal derecho. Yo ni me enteré. Solo recuerdo cuando me desplazaban en camilla por los pasillos, directo al quirófano, desnudo e indefenso bajo una simple sábana. Después lámparas potentes y cierto revuelo a mi alrededor, pero todo transcurrió muy deprisa. Mi angustia atosigante se acabó a los tres segundos de sentir la mascarilla de la anestesia. Lo último que alcancé a percibir fue la sonrisa del doctor Núñez, que lucía un gorro colorido y parecía asomarse para despedirme.
Después, pasadas unas horas que no existieron para mí, desperté rodeado de tranquilidad. Abrí los ojos, sin comprender muy bien qué pasaba todavía, y la mirada sonriente de mi mujer me devolvió a la vida. ¡Qué agradable sensación! La compañía de mi hermano, también junto a la cama, contribuía a transmitirme calma. Poco a poco fui tomando conciencia de la situación. Estaba recién salido de la UCI y todo había funcionado muy bien. Respiraba hondo y palpaba unas cicatrices que casi no notaba en el vientre. ¡Estaba vivo!
Ese día me quitaron el riñón derecho, donde en silencio, se había ido generando un tumor «del tamaño de una pelota de tenis». Me lo extirparon con acierto, pero desgraciadamente la enfermedad escapó por venas y arterias, y vino a instalarse muy adentro y muy diseminada en los pulmones. Ahí se quedaría para siempre, y me ha mantenido al borde de la muerte durante todo este tiempo.
Y ahí sigo, caminando a trompicones por ese filo tenebroso, pero logrando escatimarle minutos a una vida que va pasando vertiginosamente. Debo confesar que, pese a ello, pese al vértigo, me he sentido feliz todos y cada uno de estos días. Días que me regala el destino y que debo aprovechar con intensidad. Lo tuve claro desde ese primer momento en que abrí los ojos en el hospital y encontré miradas de ternura a mi alrededor. Y después, en todo este maravilloso tiempo de vida… La fantástica oportunidad de vivir un día más. Y otro más, tras otro.
No importa que llueva torrencialmente o brille el sol abrasador del verano. Todos son igualmente valiosos. Todos lo son para abrir bien los ojos al paisaje y respirar a fondo el aire puro. Los malos momentos de agravamiento de la enfermedad, esos en los que se sienten las alarmas del cuerpo, han sido obstáculos menores a superar en una tenaz carrera por desafiar al destino. Y así será hasta el final, llegue cuando tenga que llegar.
Gracias a mis médicos, a mi familia, a mis amigos.