martes, 15 de enero de 2013

Las huellas olvidadas

Un recorrido por los vestigios del Protectorado español en Marruecos


Todavía existente en pie un importante legado en los centros urbanos de Tánger, Tetuán o Larache. En estas ciudades del norte maghrebí abundan, generalmente en precario estado, evidencias de nuestra historia común con Marruecos. Pero voy a referirme a las huellas que, a duras penas, subsisten en el mundo rural de nuestro vecino del sur: las regiones del Yebala y del Rif, cuyos caminos he recorrido tantas veces. En esos viajes, poco a poco, han ido llamando mi atención un sinfín de señales de esas épocas pasadas. Por supuesto, abundan castillos, fortalezas, torres, restos de campamentos y blocaos. Pero existen también otros rastros interesantes que, inicialmente, había pasado por alto.

Observando con mayor curiosidad, me sorprendió encontrar recuerdos evocadores del pasado, hasta en las más remotas aldeas y aduares de las montañas. Existen, todavía en uso, pequeñas escuelas construidas por manos anónimas hace décadas, que continúan albergando a numerosos niños frente a una pizarra desvencijada. El sistema de escuelas rurales en el norte de Marruecos, se asienta en la red tejida por el Protectorado a partir de los años 30 y 40.
En esas y en otras poblaciones también encontré decenas de dispensarios y centros de salud enclavados hasta en lugares de difícil acceso, como Khemis Anjra, Tzenín de Ait Hadifa, Issaguem y otros muchos. Decaídos unos y en pleno rendimiento otros, como ajados testimonios en azulejo y piedras labradas.
Ruinas de la Interventoria de Dar Chaoui
 
Indagando un poco más, fui descubriendo que, en algunos valles, perviven las granjas y las obras de regadío que se construyeron entre huertas, y que aún en estos días hacen posible el riego en la cuenca del río Lau; o también del río Lucus, al otro extremo. Igualmente las represas de Najla o Sidi Alí siguen acumulando hasta hoy miles de litros de agua para impregnar de verdor la aridez de estos paisajes. También están ahí los zocos con sus puestos cubiertos, sus muros, el pórtico de arco de herradura a la entrada de cada pueblo. O mezquitas, como Snada y su esbelto minarete; o madrasas, como la que sigue activa en Meloussa. Las ruinas de orfanatos y comedores infantiles en Axdir, el matadero de Imzoruen, el acueducto de Sedun o los molinos, lavanderías y canalizaciones en Xáuen.

Aeropuertos todavía en uso, como Sania Ramel. La base de hidroaviones abandonada en el Atalayón. Faros, vías y estaciones de tren, carreteras y puentes. Viviendas, hoteles, plazas, paseos, urbanizaciones, mahcamas y edificios administrativos, algunos de ellos en buen funcionamiento. Ciudades enteras diseñadas e impulsadas desde entonces y que ahora abordan el futuro con vigor, como Alhoceima (Villa Sanjurjo) o Nador.

En un paraje aislado del valle del Nekor hay un singlar ejemplo, cada día más decrépito pero no por ello menos altivo: sobre un atalaya se erige la que fue sede de la oficina interventora regional de el-Arbáa de Taourirt. El conjunto es obra de Emilio Blanco Izaga, personaje que simboliza el perfil de hombre dedicado a mejorar la vida de las gentes de la región que le fue asignada en su destino como interventor. En Taourirt están todavía en pie las edificaciones, formando un complejo arquitectónico original, el dispensario médico, la madrasa, almacenes, cuadras, oficinas, etc.

Lejos de allí, subiendo la cordillera del Rif hasta Ketama, llama la atención encontrar en óptimo funcionamiento el que fue Parador de Turismo (actual hotel Tidghine, de 4 estrellas), erigido en aquel lugar en 1932 y remodelado tras un incendio. Tiene acceso, como todas estas zonas postergadas, a través de la red de carreteras desarrolladas en los años 40 para comunicar esta remota región. Por el contrario, no pude encontrar ni rastro de una iniciativa tan notable como la Escuela de Artes y Oficios de Tagsut, impulsada en estos parajes de alta montaña. Este centro quiso seguir el modelo de la Escuela de Tetuán, hoy vigente, y ambas fundadas por el gran pintor y gestor cultural Mariano Bertuchi. Hasta en lugares tan recónditos, hubo empeño en ofrecer alternativas y futuro. Aunque ahora, pasada la acción demoledora de años de desidia, cueste demostrarlo.

Yendo mucho más al sur de Marruecos, en el enclave de Sidi Ifni, también aparecen las mismas evidencias, tan evocadoras como ruinosas. Un día, conversando ante unos vasos de té con el actual dueño del hotel Suerte Loca (antiguo hotel de la época), me insistió en la importancia que tendría para ellos, para los pobladores que heredaron legítimamente esas obras, el poder conservarlas como un digno referente propio.

La relación se hace interminable a lo largo del país vecino. También en la franja sahariana de lo que fue el Protectorado Sur, subsisten interesantes vestigios de un pasado en positivo: el zoco, las escuelas o el teatro de Tarfaya; el hospital o el club deportivo de Tan Tan. Casi todo arruinado en la actualidad.

¿Qué queda de ese legado? La constatación del pasado común de Marruecos y España está desapareciendo bajo las ruinas. A nadie parece importarle. Más allá de ciertos edificios principales en las grandes ciudades y, exceptuando algunas de aquellas obras que siguen cumpliendo su función o han sido adaptadas a nuevos menesteres, una considerable parte de las huellas de esa época se encuentran hoy en un lamentable estado de abandono. Sin embargo, valdría la pena el esfuerzo de frenar el olvido y hacer de ese patrimonio, un testimonio provechoso para generaciones venideras.

Alcazaba de Tetuán

Al-Arbaa de Taurirt
Antigua estación de ferrocarril de Tetuán, hoy Museo de Arte Moderno

Entrada al cuartel de Segangane

Ksar-el-Kbir
 
Publicado en el Boletín de la Agencia Española de Cooperación Internacional
https://reinamares.hypotheses.org/12629