Villa Tunari. Cochabamba, Bolivia.
Machete en mano, grupos de hombres, mujeres y niños, han ido penetrando en el corazón del territorio indígena del Parque Nacional Isiboro-Secure. Han cruzado los caudalosos ríos de la región del Chapare, hasta ahora habitada por comunidades aisladas de indios yuracarés, trinitarios y chimanes.
La búsqueda desesperada de un medio de subsistencia les ha llevado a adentrarse en esta región hostil, donde solo el cultivo de la hoja de coca constituye una alternativa para sobrevivir. Tras el fracaso de los programas oficiales de sustitución de los cocales, estas familias campesinas no consiguen hacer rentable su producción de frijoles, arroz o frutas, y tan solo para la hoja de coca encuentran compradores. En su dependencia extrema de este único recurso, han quedado en una situación de absoluta marginación. Se encuentran olvidados por el Estado, sin asistencia social de ningún tipo, soportando plagas y lluvias torrenciales, y sin otras vías de comunicación que senderos embarrados que se pierden en la inmensidad de la selva.
El incremento de la demanda de coca, tanto para su consumo mascado, o ritual, como para su transformación en pasta básica de cocaína, ha provocado diversas oleadas de colonos dispuestos a «conquistar» nuevos territorios de la subcuenca amazónica del río Mamoré. Procedentes de la montaña, llevan a cabo esta colonización en unas condiciones realmente difíciles. A su llegada a estas tierras, se encaminan hasta treinta y cuarenta kilómetros espesura adentro y toman posesión de la parcela. Trazan una senda y delimitan su zona de trabajo o chaco —cien metros lindando con la senda y dos kilómetros hacia el interior—.
Desde tiempos muy remotos el pijchiqueo, o mascado de la hoja de coca, es una costumbre tradicional y de profundo significado histórico y religioso para los pueblos andinos. Actualmente el cultivo la planta se extiende por la ceja selvática andina —transición de la cordillera a la región tropical—, donde existen condiciones climáticas idóneas para su crecimiento.
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Álvaro Hernández durante la grabación del documental sobre los cocaleros |