jueves, 3 de abril de 2003

Detesto dar la mano a un asesino

Tierradentro, departamento de Córdoba

Aquella noche de marzo, en que un nutrido grupo de hombres armados se tomó una vez más la aldea de Tierradentro, yo estaba allí, cenando en la casa del cura Yunis. Ni a apurar los frijoles nos dieron tiempo. En un abrir y cerrar de ojos, por la ventana advertimos que un centenar de uniformados se iba apostando sin prisas por cada esquina de la plaza. El padre Yunis apenas se inquietó. "Paramilitares de las AUC”, me dijo. 
 
Aquello me fue útil para aclarar la confusión en la que uno malamente se maneja entre los atuendos y modos de los grupos armados. Las FARC: botas pantaneras, camisetas de colores dispares y arrogancia en los gestos. Por su parte, las Autodefensas exhiben brazaletes anchos, pañuelo negro en la cabeza, mirada desafiante. Mienras el ejército nacional opta por botas de caña baja, van más agrupados y su actitud es temerosa. 
 
Salimos a la plaza, siempre es mejor dar la cara si la situación es de calma todavía. Pedro Bula, "el Alacrán", lideraba el grupo y enseguida se vino hacia nosotros. El temido comandante, una de las leyendas negras del Alto Sinú y del Alto San Jorge. Pertrechado al pecho con una gruesa cincha cargada de morteros, y con gesto muy decidido, se fue acercando con mirada altanera. Mientras tanto, sus hombres le arropaban a cierta distancia. Plantado frente a mí, me miró fijamente, durante unos instantes en los que tuve la certeza de estar en el sitio equivocado.

El sanguinario Alacrán, sobre cuyas espaldas recaen buena parte de los asesinatos y abusos contra la gente de estos valles. Ahí estaba, sorprendido de la presencia de un forastero, siendo testigo de tanto daño, en aquel remoto lugar.

Me miró un instante más y apuntó con el dedo índice a mi vehículo que se encontraba aparcado en la acera, con las preceptivas identificaciones internacionales de "ayuda humanitaria":

-"Acción contra el hambre"-, dijo con voz ronca y condescendiente. -"¡Eso hace mucha falta aquí!

Se ajustó las cinchas sobre los hombros y, a continuación, me tendió la mano. Una mano áspera que tuve que estrechar con desagrado, durante unos segundos que me parecieron una eternidad.