Playa de Broqueles, Moñitos

Caen los aguaceros del invierno sobre las costas del norte tropical colombiano. Al final de la tarde, violentos cortinajes brillantes barren las tinieblas y las nubes negras se retuercen, dejando caer la lluvia con furia. Aprieta el calor húmedo y uno siente deseos de lanzarse a correr bajo la tromba de agua, sino fuera por la continua sacudida de los relámpagos y la imponencia de los truenos al reventar.
Es fascinante ese furor que zarandea los cocoteros hasta tumbarlos a lo largo de la bahía de Broqueles. Se diría que la cabaña de don Hernán, solitaria y oculta en este paraíso remoto, va a levantar el vuelo de un momento a otro como en una novela de García Márquez. Pero mi amigo ermitaño no parece alterado por la furia de la tormenta. En realidad, nunca nada me ha parecido que perturbara su sosegado vivir de sabio paisa, venido de las altas tierras antioqueñas para encontrar aquí la paz de su refugio costeño.