Bitácora de apuntes, recuerdos y relatos breves sobre mil viajes por el mundo - A Junio de 2025 se muestran cronológicamente 281 notas, fotografías o artículos (desde 1966 hasta hoy). La vuelta al mundo en 281 entradas.
jueves, 9 de agosto de 2001
jueves, 2 de agosto de 2001
Dulce Caribe
Moñitos, departamento de Córdoba, Colombia
Suaves, brillantes, dulcísimos, sabrosos. De un sensual amarillo enrojecido. He regresado de las playas agrestes de Córdoba, a pringarme de mango manos y labios. Los mangos más deliciosos del mundo. Y abundantes como maná, colgados de sus árboles frondosos. Cuando llega la época, los niños los recogen por millares, no se venden, se regalan. Todos los comen con alegría e incluso se los echan al ganado antes de que se pudran a montones. La exuberancia vegetal del trópico, un paisaje de mil colores. Cocoteros, guayacanes y buganvillas. Pequeñas aldeas de chozas de bahareque y palma, alrededor de las que juegan y corren siempre decenas de pelaos desnudos. Verde intenso, verde fulgor. En las callejas embarradas, a la puerta de la vivienda, como columnas salomónicas, enormes altavoces: salsa y vallenato a todo volumen. Esas picaps pareciera que van a reventar, si no lo hacen antes los oídos. Los hombres, morenos y fornidos, tumbados o jugando naipes, rara vez trabajando. Esa es el cometido de unas mujeres abnegadas y que se pasan la vida preñás. La dulce Colombia de charanga y acordeón, sonriente, bella, sosegada, pero que esconde bajo esa apariencia bucólica, la crudeza del subdesarrollo y la insalubridad. Sorteando el hambre gracias a esta naturaleza generosa que brinda los más deliciosos frutos, los pescados del mar y de los ríos, el ganado de la mejor carne.
Ya llegan las lluvias, ya caen cada atardecer. Relámpagos y truenos, fabulosos aguaceros inundando el paisaje como una fiesta tenebrosa que funde el cielo ennegrecido con la tierra roja. “Revuelta anda la vaina” —dicen siempre los colegas, sobre todo cuando hablo de irnos para Puerto Escondido (pronúnciese “puedto edido”, en costeño), por las sendas de los platanales, o a visitar a las familias de los barrios de invasión: ese infierno de inmundicia donde ni las ratas viven peor. Me acuerdo de cuando la guerrilla era poderosa por esta zona, y andaba a la toma de un pueblo tras otro, dueña de carreteras y aldeas, atosigando las poblaciones. El escenario está cambiando. Por supuesto, las FARC[1] siguen dando muy duro y por varios rincones del país: antier secuestraron a unos concejales en el Tolima; ayer mataron nueve soldados en una escaramuza en los Llanos Orientales; hoy reventó un cuartel en Putumayo. Pero, sobre todo, la desmovilización de los paramilitares ha acabado por extender por todo el país la siembra de jóvenes armados y sin rumbo, a los que el submundo de las mafias del narco no ha tardado en ir reclutando y devolver al terror por los pueblos. Un escenario de conflicto desdibujado, indefinido, confuso, donde nadie sabe bien dónde está el frente o qué clase de enemigo tiene agazapado entre la maleza.
Mañana madrugo para irnos a Moñitos, otra población costeña al norte del departamento, a realizar unas encuestas en un sector de aldeas aisladas y ver unos acueductos que el ingeniero Harold está terminando allá. Pero ahora, ya caída la noche y el aguacero, en un rato nos iremos a sacudirnos un tremendo lomito de res, jugoso sobre las brasas, la carne más sabrosa que probarse pueda. Es la tierra del calor, un calor pegajoso, a veces sofocante. Es curioso que todos los lugareños andan quejándose, echando pestes de la calima y del sopor. Que dicen que hace más calor que nunca. Y, sin embargo, lo llevo bastante bien. Estoy amañao. Además, de inmediato me ha quitado de encima un resfriado que se había pegado con el frío andino y que me tenía estornudando y moqueando todo el día.
La costa caribeña… Un amigo apuntó: —“viven en el Paraíso”—, pero no es verdad, a poco que escarbes en sus dificultades cotidianas. A menudo la belleza y las sonrisas ocultan las privaciones que acarrea la miseria. Aunque todo es relativo: realizando la encuesta para conocer mejor el perfil de población en el sector este de Moñitos, visitamos una familia numerosa que habitaba un chamizo aislado en lo más alto de una hacienda. Ciertamente, el emplazamiento era único, con las playas negras de la costa Caribe a los pies. En el horizonte marino, azul brumoso, se distinguía Isla Fuerte y nubes lejanas de una borrasca en camino. Ladera abajo pastaba un escuálido ganado entre la grama, y los cocoteros formaban una cortina que se mecía con el viento. El cabeza de familia se había desperezado de su hamaca al vernos llegar. Se levantó solícito y cordial, al tiempo que mandaba callar a toda aquella pelaera encuerada (conjunto de niños desnudos) exaltada con nuestra visita. Esos pelaos, todos mostraban unos barrigones hinchados y la piel sarpullida de dermatosis. El hombre era un viejo arrugado, acostumbrado a no hacer mayor esfuerzo que engendrar hijos, uno tras otro. La mujer, callada y en un segundo plano. En realidad, era ella quien hacia los esfuerzos allí: de parir, de cocinar, de sacar a toda aquella patulea adelante. Nos sentamos en un tronco a la sombra. La encuesta constataba las principales carencias: abastecimiento de agua de consumo: la charca verde distante a más de 300 mt. Disposición de excretas: a cielo abierto en torno a la vivienda. Características de la vivienda: paredes de caña y bahareque, techado de palma, suelo de tierra. Centro escolar más cercano: solo ocasionalmente acudían a la escuelita más próxima, distante a 3 km. Centro asistencial sanitario más próximo: en la cabecera municipal, a 32 km. Alimentación familiar para ese día: arroz con malanga, con algunos huesos de chancho. Así, fui cumplimentando datos con la sola observación, mientras el hombre miraba en silencio y la mujer permanecía oculta en el interior de la cabaña. Revisando toda aquella información, quise verificar con ellos antes de continuar. En resumen, un claro exponente de condiciones de vida muy precarias. Miseria extrema, quedó remarcado en el casillero correspondiente de la ficha. No obstante, al final de la pesquisa, había un espacio para que el encuestado participara con sus opiniones. Entre otras cuestiones, se le solicitaba que destacara sus tres problemas más acuciantes. El hombre se quedó callado ante mi pregunta. Pensó unos segundos. Miró alrededor unos instantes, mandó guardar silencio a la pelaera una vez más, y me espetó, sin el más mínimo empeño de dar más detalles:
—¡Ajá, yo vivo acá bacanamente! ¡No tengo problema ninguno, dotor! —.
[1] Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia.