domingo, 2 de marzo de 1997

La solidaridad como forma de vida


El aislamiento geográfico de los remotos valles de Calcha, al sur del departamento de Potosí, ha permitido a la población preservar el valioso tesoro de ricas tradiciones, fundamentadas en la cohesión de la comunidad. No obstante, en los tiempos que corren, eso significa un difícil equilibrio entre tradición y modernidad, entre comunidad e individuo. Sus formas de organización, basadas en la solidaridad y el apoyo mutuo entre todos sus miembros, se están desmoronando. Cada vez más, la creciente fractura social y cultural se traduce en un inevitable declive económico. El sentido atávico de mutua colaboración y de trabajo colectivo, que imperaba en estos valles bolivianos, ha ido desapareciendo por las influencias foráneas y la llegada de la propiedad privada a la región. La desestructuración del sistema social significa el progresivo debilitamiento de las poblaciones del valle.

Como reacción a esta situación, el pueblo calcha pretende combatir la pobreza recuperando sus costumbres ancestrales. Recurriendo a modos organizativos rescatados del pasado y todavía en práctica en algunas zonas rurales. Se trata de afrontar un futuro más esperanzador: mejorar la producción y la calidad de vida a través del sistema social, que ha imperado en esta región desde tiempos inmemoriales. Para ello, es imprescindible potenciar fórmulas de participación, de manera que las actividades productivas sigan protagonizadas por los colectivos de la comunidad, según su propio esquema organizativo. Todos participan en la siembra, la cosecha, el pastoreo o la apertura de canales y acequias. También la recuperación de la artesanía de los tejidos, extraordinariamente rica pero amenazada de extinción, constituye una de las principales actividades de los grupos de mujeres que cooperan activamente.

El hombre andino, ni siquiera en la aparente soledad del vasto territorio, puede existir aislado. Vive sumido en sus grupos primarios: la familia y la comunidad. Apenas puede tomar decisiones, ni organizar su trabajo, ni divertirse, ni rezar, si no es con referencia a esos grupos a los que pertenece. Son muchas las ocasiones, en aquellos momentos del ciclo agrícola de mayor intensidad, en que la unidad productiva familiar requiere de otras ayudas. Así, la población campesina dispone de mecanismos de participación y distribución de tareas entre las familias o involucrando al conjunto de la colectividad.

Se trata de sociedades basadas, en buena parte, en la solidaridad y en el apoyo mutuo. De hecho, las máximas decisiones que afectan al grupo son tomadas en asambleas en las que todos los individuos pueden participar. Este sistema de organización permanece vigente hoy a través de los ayllus o comunidades tradicionales. Estas poseen, desde tiempos prehispánicos, una gobernanza muy desarrollada de autoridades que articulan la vida de la gente. Dicho sistema de representatividad mantiene un programa rotativo, en el que todos los miembros del grupo van ocupando, por turnos, los diversos cargos necesarios para el funcionamiento de la colectividad. De esta manera, el criterio igualitario y participativo tiene más peso que la propia competencia, para el desempeño del puesto.

Un nuevo fortalecimiento de ese esquema puede ser uno de los factores determinantes para revertir el empobrecimiento del mundo andino. Y ese es un espacio donde la cooperación internacional juega un papel primordial.

.