Aldea de Parinacota, Arica (I Región), Chile
En el norte de Chile la inmensidad
del desierto alberga lagunas verdes, una extraña flora, abundante y variada fauna, y formaciones de geología delirante. La
carretera atraviesa sin fin la pampa y yo recorro entusiasmado, durante días, estos espacios mágicos.
Solo el murmullo de una brisa helada
interrumpe la soledad de la cordillera andina. El paisaje es silencioso y
solemne. Estoy en el extremo norte de la alargada geografía chilena, que se encarama
desde cumbres volcánicas (que en casos superan los 6.000 msnm), y atraviesa el más desolado de los desiertos, para desplomarse en una costa de gigantescos acantilados sobre el océano Pacífico.
En medio de este grandioso escenario, aunque
casi inadvertida, la aldea de Parinacota es un conjunto de vivienda de pastores
aymara, en el corazón del Parque Nacional Lauca. Aquí, el refugio de la Corporación Nacional
Forestal me sirve de excelente campamento base y punto de partida para un recorrido en moto, en solitario, por las sendas de parques
y reservas de más de medio millón de hectáreas.
Bajo la omnipresencia de dos volcanes
colosales y eternamente nevados (Parinacota, 6.330 mts; Pomerape, 6.240), estos lugares constituyen una síntesis espectacular del universo andino. Por el
pedregoso camino que se adentra en la cordillera, se me cruzan a grandes saltos las primeras manadas
de vicuñas. Algunas vizcachas -rodeador parecido a la chinchilla- duermen entre
las rocas, y las guayatas, enormes gansos salvajes, despuntan las alas
mostrando su pecho blanco. Cientos de llamas y alpacas pastan por doquier en
grupos separados. A pesar de la sensación de soledad que
producen las inmensidades esteparias y de la dureza del clima de la noche, me cruzo con multitud de
especies animales. Resulta interesante la riqueza ornitológica
de las lagunas de esta región, probablemente las más altas del mundo. Existe una gran diversidad de anátidas en las aguas esmeralda del lago
Chungará y las lagunas Cota-cotani, donde se reflejan, como en un espejo, las
impresionantes filas de cumbres nevadas.
Al día siguiente, mi ruta se desvía hacia el Este,
para alcanzar los 5.000 mts. en el puerto de Tambo Quemado, que marca el límite
con la vecina Bolivia. Un sendero permite continuar la incursión hacia la Reserva Nacional Las Vicuñas,
en dirección sur. Avanzo por la altiplanicie jalonada de
cumbres entre las que va apareciendo el penacho humeante del
volcán Guallatire. Anima el itinerario la repentina aparición de una pareja de ñandús y me acompaña el vuelo vigilante de un cóndor.
La gran laguna blanca del salar de Surire,
enclavada entre montañas, se cubre de destellos brillantes al caer la
tarde. De nuevo, aparecen y desaparecen las vicuñas y, más lejos, grupos de flamencos
añaden tonos rosados que se evaporan como nubes al emprender el vuelo. Tras el
ocaso llegan las tinieblas y el altiplano se convierte en un infierno donde las
temperaturas pueden llegar a bajar hasta los -35º.
Comenzando una nueva jornada y el amanecer inunda de luz los paisajes de la
cordillera. En el camino, ya convertido en una trocha infernal y angosta,
vuelven a surgir los rebaños de llamas y alpacas, anunciando la presencia
humana. Se vislumbra la cumbre del volcán Isluga. A sus pies encontramos
Enquelga e Isluga, pueblos del altiplano donde la población, dedicada a la
trashumancia, vive en los lugares de pastoreo y solo acude al pueblo para las
fiestas religiosas y de carnaval. El resto del año, la soledad se apodera de
sus callejas y de sus casas que, construidas con piedra y barro y techadas con
paja, forman hileras entorno a las iglesias encaladas.
Al norte del desierto de Atacama se encuentra
la Pampa
colorada. Casi completamente deshabitada, entre el
océano y la cordillera, aparece sesgada por imponentes quebradas abiertas
por los cauces de las aguas andinas. En su lento discurrir hacia el mar,
aprovechando fallas geológicas en los cerros, erosionaron la tierra tan
profundamente que nunca permitieron que el ferrocarril pudiera llegar hasta la
ciudad de Arica. En este árido territorio surgen los salares.
Son lagunas secas producidas por la filtración y evaporación de las aguas
subterráneas que arrastran sales de origen volcánico y se depositan en la
superficie. El aprovechamiento del salitre como abono nitrogenado constituyó
una enorme fuente de riqueza entre los años 1880 y 1920, hasta que su obtención
artificial la hizo desaparecer.
Al pie de las cumbres, el capricho de la naturaleza nos sorprende concediendo a una de estas quebradas una composición química y unas aguas subterráneas que permiten el nacimiento de un vergel longitudinal y frondoso atravesando la pampa: es el valle de Azapa. Allí brotan las guayabas, los plátanos, las palmeras, y hasta las aceitunas de centenarios olivos sevillanos. Al final de este valle se extiende la ciudad de Arica, muy cerca de la frontera con Perú, y excelente lugar para un buen descanso en sus playas.