domingo, 10 de octubre de 1993

Tierra infinita

Extracto de un reportaje publicado en la revista VIAJES 


Aldea de Parinacota, Arica (I Región), Chile



En el norte de Chile la inmensidad del desierto alberga lagunas verdes, una extraña flora, abundante y variada fauna, y formaciones de geología delirante. La carretera atraviesa sin fin la pampa y yo recorro entusiasmado, durante días, estos espacios mágicos.

Solo el murmullo de una brisa helada interrumpe la soledad de la cordillera andina. El paisaje es silencioso y solemne. Estoy en el extremo norte de la alargada geografía chilena, que se encarama desde cumbres volcánicas (que en casos superan los 6.000 msnm), y atraviesa el más desolado de los desiertos, para desplomarse en una costa de gigantescos acantilados sobre el océano Pacífico.

En medio de este grandioso escenario, aunque casi inadvertida, la aldea de Parinacota es un conjunto de vivienda de pastores aymara, en el corazón del Parque Nacional Lauca. Aquí, el refugio de la Corporación Nacional Forestal me sirve de excelente campamento base y punto de partida para un recorrido en moto, en solitario, por las sendas de parques y reservas de más de medio millón de hectáreas.

Bajo la omnipresencia de dos volcanes colosales y eternamente nevados (Parinacota, 6.330 mts; Pomerape, 6.240), estos lugares constituyen una síntesis espectacular del universo andino. Por el pedregoso camino que se adentra en la cordillera, se me cruzan a grandes saltos las primeras manadas de vicuñas. Algunas vizcachas -rodeador parecido a la chinchilla- duermen entre las rocas, y las guayatas, enormes gansos salvajes, despuntan las alas mostrando su pecho blanco. Cientos de llamas y alpacas pastan por doquier en grupos separados. A pesar de la sensación de soledad que producen las inmensidades esteparias y de la dureza del clima de la noche, me cruzo con multitud de especies animales. Resulta interesante la riqueza ornitológica de las lagunas de esta región, probablemente las más altas del mundo. Existe una gran diversidad de anátidas en las aguas esmeralda del lago Chungará y las lagunas Cota-cotani, donde se reflejan, como en un espejo, las impresionantes filas de cumbres nevadas.


Al día siguiente, mi ruta se desvía hacia el Este, para alcanzar los 5.000 mts. en el puerto de Tambo Quemado, que marca el límite con la vecina Bolivia. Un sendero permite continuar la incursión hacia la Reserva Nacional Las Vicuñas, en dirección sur. Avanzo por la altiplanicie jalonada de cumbres entre las que va apareciendo el penacho humeante del volcán Guallatire. Anima el itinerario la repentina aparición de una pareja de ñandús y me acompaña el vuelo vigilante de un cóndor.

La gran laguna blanca del salar de Surire, enclavada entre montañas, se cubre de destellos brillantes al caer la tarde. De nuevo, aparecen y desaparecen las vicuñas y, más lejos, grupos de flamencos añaden tonos rosados que se evaporan como nubes al emprender el vuelo. Tras el ocaso llegan las tinieblas y el altiplano se convierte en un infierno donde las temperaturas pueden llegar a bajar hasta los -35º.

Comenzando una nueva jornada y el amanecer inunda de luz los paisajes de la cordillera. En el camino, ya convertido en una trocha infernal y angosta, vuelven a surgir los rebaños de llamas y alpacas, anunciando la presencia humana. Se vislumbra la cumbre del volcán Isluga. A sus pies encontramos Enquelga e Isluga, pueblos del altiplano donde la población, dedicada a la trashumancia, vive en los lugares de pastoreo y solo acude al pueblo para las fiestas religiosas y de carnaval. El resto del año, la soledad se apodera de sus callejas y de sus casas que, construidas con piedra y barro y techadas con paja, forman hileras entorno a las iglesias encaladas.

Al norte del desierto de Atacama se encuentra la Pampa colorada. Casi completamente deshabitada, entre el océano y la cordillera, aparece sesgada por imponentes quebradas abiertas por los cauces de las aguas andinas. En su lento discurrir hacia el mar, aprovechando fallas geológicas en los cerros, erosionaron la tierra tan profundamente que nunca permitieron que el ferrocarril pudiera llegar hasta la ciudad de Arica. En este árido territorio surgen los salares. Son lagunas secas producidas por la filtración y evaporación de las aguas subterráneas que arrastran sales de origen volcánico y se depositan en la superficie. El aprovechamiento del salitre como abono nitrogenado constituyó una enorme fuente de riqueza entre los años 1880 y 1920, hasta que su obtención artificial la hizo desaparecer.

Al pie de las cumbres, el capricho de la naturaleza nos sorprende concediendo a una de estas quebradas una composición química y unas aguas subterráneas que permiten el nacimiento de un vergel longitudinal y frondoso atravesando la pampa: es el valle de Azapa. Allí brotan las guayabas, los plátanos, las palmeras, y hasta las aceitunas de centenarios olivos sevillanos. Al final de este valle se extiende la ciudad de Arica, muy cerca de la frontera con Perú, y excelente lugar para un buen descanso en sus playas.