martes, 6 de abril de 1982

Noches mágicas del desierto

En aquellos tiempos ocurría con frecuencia. La magia de la hospitalidad se manifestaba espontáneamente, cuanto más remoto fuera el lugar al que se llegaba. No importaba el aspecto desaliñado y polvoriento. Uno se acercaba al grupo de jaimas, en medio del desierto, saludaba cortésmente a quienes salían a recibirlo y, enseguida, surgía una comunicación de sonrisas que hacía posible el entendimiento, a pesar de las diferencias lingüísticas. La tetera volvía a bullir. Lo que estaban comiendo, comíamos. Donde dormían, dormíamos. Éramos gentes venidas de otro mundo, pero en son de paz.

Y nuestros anfitriones de las dunas, sin conocer nada de nosotros, sabían interpretar el curioso espíritu de los viajeros, y desplegar esa solidaridad que surge entre quienes van por el mundo con lo justo. No tengo nada, pero todo te lo doy a ti, que has venido hasta nosotros desde quién sabe qué lejanos lugares.